Por Carlos Morán
Casi todas las criaturas del agua, menos las ballenas, las focas y los delfines, espléndidos mamíferos oceánicos que no merecen terminar en una sartén, son afrodisíacos: De ahí que las anguilas, sardinas, camarones, robalo, salmón, ostiones y otras encantadoras criaturas, son productos del mar ricos en vitaminas, minerales y proteínas que tienen un sabor delicioso y un olor que evoca los más íntimos aromas del cuerpo humano…
Así comienzo, inevitablemente, la historia de Jesús Reyes Morales, que es una más que sin duda nos invita a reflexionar. Es el ministerio de vida de un hombre que vivió entre el bien y el mal, destinado tal vez a pulular por el mundo sin rumbo y con la brújula extraviada, pero a veces ser hijo único y tener la mano poderosa de una madre cariñosa, el no haber conocido a su padre porque lo perdió cuando tenía apenas un año, le dio la responsabilidad desde muy pequeño de trabajar para ayudar a Doña Martha Morales Cruz, su madre, quien se ganaba el sustento diario lavando y planchando ropa ajena mientras él, Jesús Reyes Morales, recogía en los basureros metales y cartón que vendía por kilo.
Sí, se trata por supuesto del popular personaje tapachulteco y mejor conocido como “El Gordo”, un hombre que con el paso del tiempo adquirió fama por un talento y sensibilidad que descubrió a fuerzas de abrirse camino por la vida; dos virtudes que lo salvaron pero que a la vez lo llevaron al pozo en donde por años se ahogó en el alcohol. Creo que voy de prisa, y como todos, este personaje merece que su vida la comparta con escrupulosa armonía y concierto.
Nació el 15 de octubre de 1958 y aunque ya lo escribí, perdió a su padre cuando tenía un poquito más de un año, así que su madre, Doña Martha Morales Cruz, se encargó, a base de amor y cariño, en alimentarlo del cuerpo y del alma para que se salvara de los peligros terrenales y se lograra. Así, mientras ella lavaba ropa y planchaba, nuestro entrevistado se perdía en los basureros recogiendo metales y cartón que vendía por kilo para ayudar a la economía del humilde hogar en donde él, siendo un niño, se convirtió en el hombre de la casa.
Desde luego que no estudió, cursó solamente hasta el tercer año de primaria, suficiente para enfrentar el mundo y no ser al menos, nunca engañado. Su madre le enseñó desde pequeño el valor de la filosofía tradicional que, “sino trabajas, no hay dinero, y sino hay dinero, no comes” (distinto a otros niños a quien el padre le dice sino comes no jugarás con tu nintendo).
Cuando cumplió doce años, un amigo a quien apodaban “el chivo” (Carlos Hernández), fue el primero quien lo invita para se inicie como ayudante en la preparación de cocteles que tenían como base mariscos frescos y recién extraídos del mar. Solo fue un tiempo y por razones personales, se retiró por espacio de cuatro años pero vuelve de nuevo con “El chivo”, y tiempo después, don Pancho Dávila, pionero de estas delicias que sacuden el alma y devuelven el vigor, le ofrece un triciclo y toda la materia prima para que deambule por el pueblo ofreciendo lo que hasta hoy hace.
Después quiso el destino que conociera a José Luis Tapia, hombre famoso que mezclaba una estupenda variedad de mariscos consiguiendo además de una bomba afrodisiaca, una fama que traía dinero de boca en boca. Al lado de este hombre, El Gordo aprende los secretos y consigue una sazón auténtica, aprende con José Luis Tapia mucho pero sobre todo, descubre en él esa magia inexplicable que lo hizo independizarse y abrirse camino solo.
Tenía 20 años cuando decidió caminar solo, independizarse porque tenía la clara idea que trabajar por cuenta propia le beneficiaría más, ganaría más dinero y de paso se casó con Delma López Ovando, con quien conquistar el mundo gastronómico sin proponérselo sería más fácil. Se instala en la 4ª Sur protegido con la fama de José Luis Tapia de 8 de la mañana a 11 del día, porque después los espacios estaban comprometidos con otros vendedores ambulantes, hasta que un día la policía levanta a todos los cocteleros por lo antihigiénico del espacio y la manera tan sucia en que operaban.
Gracias a Antonio D’amiano, Jesús Reyes Morales (El Gordo) obtiene permiso para quedarse sobre la 4ª. Sur obteniendo fama y prestigio, amén a un sello que con el tiempo fue descubierto por los demás, pero de esto tiene ya 30 años y ya contaba con un pequeño local en donde servía lo que hombres y mujeres buscan con la fabulosa idea de que devuelve la pasión tras una noche loca y da fuerza para seguir cabalgando.
En el camino, el éxito del negocio y las jugosas ganancias le pone al frente a muchos “amigos” y junto con esto, sin darse cuenta, comenzó a beber. Bebió todo el alcohol que pudo durante 22 largos años, el negocio que era atendido por la esposa y los empleados le facilitó para escaparse de la realidad; atormentado tal vez por los recuerdos, su niñez y los años de intensa lucha por salir adelante, lo arrastraron ahogándolo durante más de veinte años por la crudeza de su infancia, la ausencia de un padre, la pobreza y la alegría equivocada de encontrar el paraíso…
En esos 22 años de ausencia, Jesús Reyes Morales, contó con el apoyo incondicional de una mujer que sino lo comprendió, al menos supo amarlo incondicionalmente. Fue así como su esposa, la única mujer que ha existido a su lado durante toda su existencia, se dedicó a trabajar, tomó el timón del barco, como se dice vulgarmente y cuidó que al menos el negocio rindiera para sostener la casa, los empleados y dos hijas que fueron creciendo…
El sacrificio es invaluable, Delma López Ovando, tuvo la paciencia y la fe entera de que era más fácil enfrentar la situación con responsabilidad, que salir huyendo como lo hubiera hecho otra mujer. Y mientras El Gordo, bebía con los amigos que cada día se iban sumando más como le ocurre al político cuando está en la cima del poder, ella se fregaba el lomo para sostener todo, rogándole a Dios que, como toda película de terror, acabara de una vez. Y un día, como suele suceder en todas las historias de vida, el desenlace llegó al fin.
El renacer de Jesús Reyes Morales a la vida, sucedió de manera mágica, gracias a un Señor poderoso, diría yo. Ocurrió que un día, considerándose un bebedor profesional, decidió llevar a un viejo amigo de parrandas a Alcohólicos Anónimos, porque según él, éste no sabía beber. Cuando llegó a este centro, hubo una luz invisible que reflejó su imagen, y la transformación operó de manera divina. El Gordo, se encontró con él mismo y decidió aplicarse una penitencia por 22 años perdidos en donde le quedaba a salvo todavía lo más valioso, su familia, su esposa y dos hijas que crecieron mientras él se divertía…
Volver a la vida y enfrentar la realidad, no fue cosa sencilla, se requirió de mucho valor civil y profundo agradecimiento para saber que, sino había llegado al fondo y haber perdido todo, fue gracias a una gran mujer, su esposa que supo estar ahí, decidida a esperar, confiada en que Dios, escucharía sus ruegos y así fue.
Desde hace diez años, El Gordo, ha vuelto su antiguo oficio, no regresó, porque gracias a su esposa, los comensales nunca se enteraron que, quien seguía manteniendo el prestigio y la excelente calidad, había sido la esposa de éste, quien aparecía solo por ratos porque después, se lanzaba a la diversión.
Desde hace diez años, El Gordo, no bebe una sola gota de alcohol, él sabe que está controlado y junto con esta reconciliación, reconoció no solo el valor de su esposa y de sus hijas, sino que se tomó de la mano de Dios para enfrentar de nuevo la vida y como prueba de un nuevo renacer, se comprometió para siempre con Dios y con su esposa.
Sí, El Gordo, solo se había casado civilmente con su esposa, así que una mujer como ella, no solo merece el cielo, sino un homenaje. Fue así como el padre Vidal, casó religiosamente a Javier Reyes Morales con Delma López Ovando, siendo la iglesia de San Benito Abad, en donde El Gordo, le promete amor para el resto de sus días, respetarla y protegerla hasta el último aliento de vida.
Volver a la vida y reconciliarte con tu familia, ha sido lo mejor que le ha pasado al Gordo, quien en la segunda etapa de la entrevista no esta solo, su esposa, está cerca de él, escuchando satisfecha y comprobándose que valió la pena el sacrificio y la espera, pero sobre todo, segura de su fe en Dios, quien siempre la mantuvo con esperanza.
Fue el Gordo quien rompió las barreras del clásico cóctel, él inventó que sí a la mezcla de mariscos se le agrega el néctar en escasas gotas de varias hierbas de olor, suficiente cebolla, cilantro finamente picado, salsa de ostión, aguacate partido en delicados trocitos, jugo de tomate y el liquido poderoso en donde se cocinaron varios kilos de camarón, coronado esa bomba afrodisiaca con unas gotas de limón y la bravura del chile en jugo… Se obtiene lo mejor, lo que hasta el día de hoy él presume humildemente: fama y prestigio que va de boca en boca.
Es un sábado de Agosto en el restaurante “Cocteles de su amigos El Gordo”, situado en la 21 Privada Oriente No. 8, cuando estamos terminando lo que hoy le estoy narrando con justicia y como consulta final, le pregunto sí es feliz.
Respira profundo y no precisamente por una charola humeante que lleva una mojarra frita bañada con estoicos ajos para una mesa cercana, cuando me dice: -Despertar a la vida, encontrarme con mi esposa, mis hijas y mis nietos, ha sido algo que no he terminado de agradecerle a Dios, pero además – agregó mi entrevistado- Haberme casado por la iglesia , me cambió la vida, me transformó mi interior y me acercó más a Dios.
Esta ha sido la primera que me ha tocado un caso así, pero sobre todo, es la primera vez que un hombre se desnuda del alma con humildad y sencillez, sin tratar de maquillar su pasado porque siempre tendrá presente que, otra oportunidad más, no habrá.
Final de la entrevista
El Gordo, como debo llamar a este hombre por la confianza que nos une, su historia ha sido una de las más grandes y sencillas que he logrado obtener. Grande por el significado de haberse perdido en el mundo y reconocer que falló, reconocerle a su esposa la espera silenciosa cuidando de sus hijas y el negocio, su entrega y jurarle a la mujer que le dedicó toda su vida amor ante Dios, nos muestra a un hombre grande de gran corazón.
El es El Gordo, un personaje muy tapachulteco, muy nuestro que con su trabajo y sazón nos ha dado identidad propia, nos ha heredado una receta que, si bien es conocida por muchos, sus manos y esa especial sazón mágica que posee, hace volver a muchos comensales a su recinto en donde él y esa mujer que ha estado siempre detrás de él, sirven con alegría lo que mejor saben hacer. Una razón poderosa por la que fue elegido para integrar la exposición que estará en el parque Bicentenario hasta el martes 28 de diciembre.
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