viernes, 11 de marzo de 2011

Sepulcros blanqueados

Por Carlos Morán
Un sacerdote dijo en una misa previa al Miércoles de Ceniza, que por favor, que no era necesario que atiborraran de gente la iglesia porque ese día salen católicos hasta debajo de las piedras y mucha gente cree que sino le ponen un poco de ceniza en la frente, vivirá condenado el resto del año…

Tengo un amigo comprometido con su religión, él vive en el mundo de la fe, el mundo del espíritu, donde sus héroes son modelos de compasión, ejemplo a seguir y no de competencia. En ese mundo se gana a través del sacrificio y la moderación. Uno gana ayudando al prójimo y compartiendo con él, en lugar de buscar sus debilidades para vencerlo, como hacemos “algunos”. Y en el mundo del espíritu hay muchos más ganadores que perdedores, tal vez por eso muchas personas cultivan mejor el espíritu porque hacer caridad es muy difícil para ellos. Pero ese mundo espiritual nadie lo desea, al contrario, busca, en función de sus placeres “ganar más”. Es una vida más cómoda, como se dice.

¿En qué se beneficia un hombre que gana un ascenso pero pierde su alma en el camino? Eso ocurre en el mundo de la política, sobre todo donde muchas mujeres sorprenden a la sociedad con miradas encontradas ante actitudes desbocadas, mientras que en el mundo común de usted y el mío, la gente se preocupa más por conseguir dinero, no existe otra aflicción en el alma más que la estabilidad económica aunque en público, pedimos salud y no lo que buscamos incansablemente a diario.

Hace poco leí unas memorias en las que una mujer recuerda que un día, cuando era niña, se quedó en casa y no fue al colegio porque estaba enferma. Al oír los ruidos del mundo al otro lado de la ventana, se dio cuenta consternada de que el mundo continuaba sin ella, que ni siquiera la extrañaba. La mujer creció y se aferró a su religión, se convirtió en un pilar de su iglesia, participó activamente en muchas organizaciones, integró piquetes frente a clínicas abortistas y alimentó a los hambrientos. A medida que leía su historia, me preguntaba si se había convertido en activista para superar ese miedo a la “insignificancia” que traía desde la niñez o, verdaderamente para tener la plena seguridad de que a ella sí le importaba al mundo.

Eso me hizo recordar también a muchos hombres y mujeres, a aquellas damas que están entregadas en la fe, las mismas personas que se atreven a orar por el vecino porque son incapaces de regalarles un poco de su tiempo e imposible que puedan compartir con él unos minutos. Es un acto asqueroso para aquellas que se niegan a ver todo el cinturón de miseria que las rodea, pero que se visten de blanco porque así creen tener el alma, juran y perjuran ante Dios y sus semejantes que son mujeres y hombres crecidos en la fe y en el espíritu porque dedican horas y horas hablando de lo “bueno” que son presumiendo sus virtudes.

La caridad es tan clara como el agua, la misericordia también, ambas no se pueden esconder y se manifiesta por convicción propia, sale del alma y actúa por sí solo guiado gracias a la mano de Dios. Aquellas personas que con Biblia en mano suelen decir que están entregados a la oración, “tumbadas” de rodillas y en completo ayuno por una docena de hombres que sufrieron un accidente y que están entre la vida y la muerte, no son otra cosa más que sepulcros blanqueados, fariseos de su religión porque quienes están entre la vida y la muerte, sufriendo en un hospital no desean que un par de señoras encopetadas oren por ellos, al contrario, desean con toda el alma sentir que son amados por sus demás hermanos, y saber que, son tan caritativas, que llegan hasta el hospital, se hacen presentes y ayudan a darles de comer, les ofrecen palabras de aliento y consuelan a los demás familiares, que es lo que supongo, Dios ve, mira y se siente orgulloso de tener hijas que hacen caridad, y no de aquellos que se cubren los ojos para no ver la pobreza y que mejor toman de la religión lo más cómodo, orar por el pobre, porque es lo más sencillo y fácil.

Esas señoras y señores que se entregan de pechito en la fe, que oran y están tratando de salvar al mundo pero desde un escritorio o un reclinatorio con forro de terciopelo y fleco de hilos de oro, no son otra cosa más que el vil remedo de una Magdalena ridiculizada en nuestros tiempos. Esas señoras son capaces de portar un uniforme y salir a la calle a pedir dinero por los pobres, pero les interesa la foto, que aparezcan retratadas en todas las portadas de sociales como “buenas mujeres”, porque son tan malas lectoras de la palabra cristiana que olvidan aquella regla esencial de Jesús que reza así “Que tú mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.

En la iglesia protestante o llamada secta, se supone que los congregados se interesan por rescatar “almas perdidas”, mujeres y hombres que viven en el infierno, acuden hasta ellos y tratan de rescatarlos porque están convencidos que la misión de ellos es salvar almas, solo que los salvan para que el diezmo de la canasta vaya creciendo. En cambio las señoras y señores de la iglesia católica lo resuelven todo orando, rezando o pidiéndole a Dios por fulano de tal, algunos hasta pagan un centenar de misas porque el alma del finado logre ingresar en el jardín de Dios, como si unas misas fuesen a convencer de que Dios cambie su opinión, o lo más simple, que con unas misas la voluntad de Dios, cambie de parecer; esta es una creencia que nos debemos de ir erradicando. Lo que Dios decide, ningún hombre ni 1000 misas lo harán cambiar.

El mensaje fundamental es que Dios NO espera que seamos perfectos, pero tampoco malvados contra nuestros semejantes, sobre todo cuando vociferamos pertenecer a un reino o grupo especial o vivimos de la nomina de la empresa Legionarios de Cristo, en donde la directora de una escuela para niños que viven estado vulnerable o “pobres”, se empeña en humillar a las empleadas incitándolas para que demande a la escuela como lo hizo recientemente una que le ganó el juicio. A esta directora le encanta ver llorar a sus semejantes, se burla de ellas y reta a cualquier padre de familia para imponer su sarcasmo y poder, siguiendo, claro está, las virtudes de Marcial Marciel, y si el niño no cumple con su miserable pago de 100 pesos, lo retira de la clase pública. Esa es una verdadera abanderada de la “legión”, una que demuestra a diario que sus complejos se los limpia públicamente sin que la orden haga algo.

Hace varios días que acudí a un culto en una secta y el pastor dijo recordando a los muertos de un accidente ante su congregación (con la ausencia de muchos) que era tiempo de alinearse a las filas pues quienes habían perdido la vida en este reciente accidente, quienes se habían ido sin la bendición de Nuestro Señor, difícilmente llegarían al cielo o tendrían vida eterna. Este hombre sin duda es un mercader de Cristo y de la secta que dirige y “en el nombre de Dios” infunde el miedo y riega su ignorancia con permiso.

Si Dios existe yo creo que no desea nuestra perfección, por eso tampoco debemos exigirlo para quienes nos rodean, ya que Dios sabe lo complicada que es la historia de una vida humana y nos ama a pesar de nuestros inevitables tras pies, lo único que no tolera es que sigamos mirando cómo el vecino se pierde en vicios, la amiga se prostituye, otro se envilece y lo único que sabemos hacer es orar, rezar, en vez de meter las manos y tratar de salvar almas, tal y como usted salvaría a su hijo si se estuviese ahogando. Esto es estar comprometido con tu religión, es mostrar que en el fondo Dios nos guía en cada uno de nuestros actos y no rezando a escondidas como usted y como yo.

Se sabe que al final Dios revisará las “obras”, las caridades y el altruismo, no los rosarios rezados a las doce del día bajo los rayos del sol y tampoco que sepas mucho de la palabra, porque “La Palabra” se demuestra con actitud.

La expresión sepulcros blanqueados es una metáfora que emplea Jesús en el Evangelio de San Mateo para comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior. Esta metáfora y sus variantes, como blanquear sepulcros, blanqueador de sepulcros, etc. se sigue empleando para tachar a alguien de hipócrita, farsante, fariseo, inconsecuente con sus ideas, alguien que predica agua y bebe vino. Sepulcro blanqueado es sinónimo de ocultamiento de la corrupción.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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