martes, 12 de abril de 2011

Payita Linda O ¿Sodoma?

A Yamil Melgar quien ayer cumplió 37 años
Por Carlos Morán
Todas las sociedades buscan un fin común y entre paréntesis, desean cultivar valores y principios fundamentales para una vida mejor. El pequeño detalle, como lo decía un hermano Marista que me instruyó en bachillerato, es que no se ha sabido separar a las manzanas podridas de las buenas. No es un clásico “apartheid” huacalero, pero sí existe gente que desea violar la tranquilidad de los demás, gente que no le importa el prójimo sino exclusivamente sus intereses, justo es que se le otorgue un permiso para que negocie o arme su mazmorra o congal musical al lado de la casa de sus padres (A ver sí así entiende lo que sienten los demás).

Esto es porque nuevamente una familia, y supongo que deben de haber muchísimas más que no saben qué hacer, porque quienes ya lo saben están evacuando amarillo y con mucho dolor al no saber a quién recurrir para que varias casas de Playita Linda, en esta semana clave por llegar, semana que no tiene nada de “santa”, no se instalen antros, ni se convierta en piqueras nocturnas en una zona que es familiar y de descanso.

Quienes se quejan, algunos ya olvidaron que lo que hoy acontece en Playita Linda y en ciertas células de nuestra sociedad, es la herencia de lo que ellos mismos cultivaron. Sí, son precisamente hijos de padres y familias católicas quienes se sueltan el pelo en semana santa para pecar hasta con el dedo gordo del pie. Y todo esto, con el consentimiento, o libertad, que finalmente es responsabilidad de sus progenitores.

Es cierto que en esta sociedad cristiana que hemos fincado, no puede haber una semana santa sin alcohol, sexo y otros placeres más: La carne, por muy religiosos que seamos, sigue siendo nuestra debilidad incontrolable, el alcohol, se mantiene en el honroso primer lugar como el único vehículo que nos permite sacar nuestro verdadero Yo y de paso, nos transporta al paraíso, calienta la sangre y da valor para ejecutar lo que sobrios no podemos hacer.

Lo absurdo es que los adultos se quejan de algo que ellos mismos han permitido, y no me refiero exclusivamente a que los padres hayan sido jubilados en autoridad por sus hijos, sino que al no verse afectados directamente y ante la pusilanimidad heredada, permiten que sus críos asista y engorden el caldo de quienes lucran, aprovechándose de la escasa cultura y dirección religiosa que nuestros padres nos transmiten cómodamente. Amén, a no querer actuar legalmente contra quienes se atreven a instalar una cantina, bar, antro o lupanar, en una zona residencial; no es cuestión de valor, sino de unión.

Y me refiero a una sociedad religiosa porque todos, sino son cristianos, pentecostales, católicos, adventistas, sabatistas o presbiterianos, saben a qué me refiero y pareciera ser que los tiempos de “guardar”, son precisamente los adultos, desde la cabeza de familia, quien planea no unas vacaciones en retiro decente y comunión con sus criaturas, sino que actúa sodomitamente cuando en otro escenario desea tener una familia ejemplar con hijas honestas y con valores e hijos honrados que sirvan bien y decentemente a esta sociedad.

Porque de no ser así, de qué sirve que las señoritas den “gracias a Dios” cuando cumplen quince años, no encuentro la punta de la madeja cuando veo a los padres fingiendo ser devotos de una doctrina bautizando un niño que solo se congregará en eventos sociales o luctuosos. De qué sirve que los padres se casen por la iglesia sino cultivan en sus hijos los mínimos principios de una doctrina que, sin pena alguna, se pone una venda en los ojos para no ver cómo su iglesia o imperio se va derrumbando a toda velocidad.

De qué sirve entonces ser tan religiosos solo cuando ocurre una desgracia en casa, para qué tanta consagración a los Dioses, Sagrados Corazones y Guadalupanas, si nuestra realidad es horrible a pesar de aparentar tanta fe que imprimimos en esa postal en donde el niño comulga por primera vez acompañado de sus padres, llevando padrinos de lujo que supuestamente “vigilarán” la conducta del ahijado.

Espero que no se irrite, pero no me refiero solamente a quienes se congregan en la iglesia universal, sino también a aquellos que sueñan un día con resucitar de ultratumba y que se irán gozosos en el carretón del supuesto rapto de la iglesia, aquellos que se llaman “hermanos en Cristo” y que venden, económicamente hablando a quienes les lavan el cerebro, un “reino o vida eterna”, porque ellos también, hablan mucho pero actúan vanamente.

Lo que hoy está a punto de ocurrir en Playita Linda, es la herencia de una sociedad que se ha “dejado” siempre, de una sociedad conformista que no ha sabido exigir sus derechos fincado en una base de respeto, porque aquel que tiene la libertad para alterar la paz y tranquilidad de un hogar, no merece cárcel, debe tener como todo mexicano un sitio especial a su naturaleza en donde no dañe a terceros, dicho más simple, debe irse a una zona en donde la Semana Santa se celebre con júbilo, con fornicación; debe instalarse en una zona de tolerancia a donde los hijos, de los mismos que hoy se quejan, acudan y den rienda suelta a sus instintos vacacionales y no santos.

A nuestra sociedad le está ocurriendo lo que a China, esa posee una “democracia socialista” abierta de piernas al capitalismo de manera secreta desde hace más de 25 años, donde la élite corrupta en el poder acumula inmensas fortunas mientras cientos de millones de su exagerada población sobrevive de la manera más precaria, con empleos infames y las más flagrantes violaciones de derechos humanos. Un extraño hibrido entre el socialismo precario y el capitalismo interesado, cuya transparencia apesta, pero que no tarda en explotar con el levantamiento del pueblo, en vez del éxodo para invadir de espacios con comida oriental.

Por ahí anda nuestro cáncer, el que nos está comiendo a todos, y no solo a los dueños de las casas veraniegas de Playita Linda, quienes se niegan a exigir sus derechos por miedo, por ignorancia y porque como humanos nunca hemos sabido vivir en comunión con los demás; nos unimos cuando existe una desgracia que nos aterra a todos “temporalmente”, entonces… ¿Tenemos que esperar a que ocurra una desgracia para que ya no se permita la instalación de cantinas en esta zona de descanso?

Me gustaría pensar y sueño que a diferencia de la mayoría de las generaciones anteriores que no supieron gobernar sus casas, las últimas que se están levantando (aunque lo dudo) aprenderán a crear una identidad propia y no obedecerán a tradiciones bárbaras, a condicionamientos basados en la cultura de la telenovela y crear una sociedad de respeto y honradez.

Me gustaría un día escuchar a un sacerdote con capacidad de líder, y no hecho a la fuerza o por necesidad, ofrecer un sermón sin disfraz, sin maquillaje y mucho menos ligero, leve. Me gustaría mucho que la iglesia católica que es la más grande del mundo, tirara su última carta sobre sus congregados y hablara con la verdad, no con discursos cómodos en donde se respete la doble moral y se “sugiera” guardar los días santos, en vez de exigir con rigor, como lo debe hacer un PADRE con sus hijos, para no padecer lo que hoy estamos viviendo.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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