martes, 23 de agosto de 2011

Sabiduría para Amar

Por Carlos MoránEsto es para todos los que cabalgan en la silla del amor: Como en muchos aspectos de la vida cotidiana, en las relaciones sentimentales e incluso familiares, la psicología inversa actúa como un poderoso acicate de la acción que queremos evitar; no corresponde lo que queremos decir con la reacción que provoca. Si quiere encender la caja de los truenos, y arruinar un momento por dulce y agradable que esté siendo, atrévase a decir: “me acordé de algo… te lo quiero contar, pero no sé si sea el mejor momento… o si luego te vayas a enojar, mejor lo hago otro día...”

Por supuesto que el nivel de curiosidad de la otra persona puede llegar a un nivel de fijación o ansiedad realmente delirante por saber el “gran secreto” tanto, que ya no habrá armonía ni paz hasta que este no salga a la luz, y con el ambiente tenso que se ha creado quizás sea peor asimilado y se le de más importancia de la que en realidad tiene.

Para ninguna mujer con un poquito de experiencia es un secreto que a la mayoría de los hombres no les gusta sentirse “agobiados” demasiadas muestras de cariño, demasiada miel o efusividad, demasiada búsqueda, llamadera, asedio o un exagerado interés son capaces de sacar corriendo hasta al más santo de todos los hombres. No me interesa entrar en los asquerosos clichés de la estúpida guerra de sexos, supongo que detrás de estas reacciones debe haber poderosas motivaciones psicológicas, históricas genéticas o de simples milenios de mala herencia actuando de la misma manera.

No creo que todos los hombres que reaccionan así sean imbéciles, (habrá algunos, pero bueno, los hay en cualquier otra parte también) ni que necesariamente sea un pánico al compromiso. No sé, supongo que cada caso puede tener matices o paliativos, pero el fondo es que a los hombres (y supongo que a ningún ser humano medio sensato e independiente) no nos gusta sentirnos acorralados.

Aquí saldría a relucir que el objeto de nuestro deseo se hace más apetecible, y más importante ante nuestros ojos cuando no demuestra tanta necesidad por nuestra presencia para que su vida pueda funcionar de manera óptima, cuando no hace falta estar llenándole cada uno de los vacíos que ella cree tener o tiene de verdad, o siendo partícipes de cada paso para reafirmar con nuestra compañía su seguridad, o para que ella tenga la certeza que si es amada y hay un verdadero compromiso.

En conclusión, suele ser más atractiva ante nuestros ojos de cualquier hombre normal la mujer que parece dueña de su vida, que antes que salvarla a ella, ella también nos puede ayudar a flotar a nosotros, y que entrar en ella requiere un duro trabajo de demolición, y que si un día no estamos a la altura y no sabemos luchar por ella, la podemos perder con mucha facilidad…eso supone un reto irresistible que se debe llevar en las parejas no casadas como una regla bíblica.

Habrá un tipo de hombre más cercano a los modelos tradicionales que quiere encontrar en su pareja una mujer sumisa, dócil, dependiente y donde él venga a ser algo así como su Dios o “su padre”, su luz o su ídolo. Obviamente este tipo no le molestará que lo vivan cubriendo de ofrendas, no le chocará esa incondicionalidad sin reservas, que le salga a las cinco de la mañana con una simple llamada para lidiarle sus penas o sus borracheras si él la requiere, que ella se desviva por él…lo busque incansablemente etc. Pero en circunstancias más equilibradas es un hecho que demostrar demasiado afecto y necesidad al principio de una relación es contraproducente. Y creo que hoy en día eso funciona igual para los dos.

Cuántas parejas no sufren escenas de reproche cada noche cuando ella quiere hacer el amor, o juguetear o arrumacos y él no quiere nada... está cansado, o prefiere leer, jugar con la computadora o ver la tele. O al contrario, es él quien espera desesperadamente el único momento del día que les queda para los dos, y ella lo mantiene a raya con retrasos, evasivas justificadas o no, y se va creando un ambiente desagradable para los dos: porque uno se empieza a sentir acosado, o dice que a la otra, o al otro, sólo le interesa el sexo. Y por el contrario la pareja inconforme, se queja de la falta de pasión, de interés y de no sentirse deseado (a) por el otro... Nada del otro universo que no se pueda arreglar con una charla civilizada.

Y por otro lado, es muy importante cambiar la actitud. Entre más esté uno todas las noches y a toda hora en la cama, en la cocina en el baño, martillando…intentando manosear a su pareja “para iniciarla” a tener sexo, ella reaccionará con mayor indiferencia, y con mayor razón, si lo ha venido haciendo por un buen tiempo atrás. Y es ahí cuando hay que abandonar el victimismo, hay que sacar el amor propio a relucir: encontrar actividades donde nos sintamos a gusto, utilizar el tiempo que nos queda con amigos, ir al gimnasio, leyendo escribiendo o lo que sea que le guste hacer cuando este a solas consigo mismo.

Así, sin perder el trato cordial y cariñoso con la pareja, pero evitando demostrar demasiada necesidad o ganas. Y ella o él lentamente empezará a darse cuenta que esas súplicas o caricias ya no las tiene, eso que antes tanto le fastidiaba, era sin duda uno de los gestos más bonitos que recibía, porque sentirse deseado por alguien que a uno le gusta, es una de las mejores cosas que le puede pasar a cualquier persona, entonces intentará acercarse a usted sin que tenga que hacer mayor desgaste y la búsqueda de la intimidad erótica será más compartida.

Nuevamente lo que es muy fácil, lo que es muy accesible, lo que parece muy forzado o milimétricamente programado por nuestra pareja sin contar con nosotros, o nuestros deseos, se convierte en un arma de doble filo, que, salvo que la pareja ya sea muy establecida, se conozca muy bien, y haya una madurez considerable en los sentimientos que los unen, son cosas que no dan muy buen resultado en las primeras fases de una relación, o en uniones voluntarias, entusiastas, pero poco cimentadas.

Y errores como estos los cometemos todos, y contrario a lo que la gente que está por encima del bien y del mal dice, no sólo les sucede a los adolescentes o gente muy joven. Vamos dando palos de ciego por esta vida desconfiado de cada persona que se acerca, de cada tipo que parece atento o simpático. En un mundo frío, donde todos somos sospechosos, arrastramos heridas de amores que forjamos cuando aún no teníamos ni idea de quienes éramos, ni que queríamos de la vida, volcamos toda nuestra ilusión, afectos y pasión en personas maravillosas, pero que quizás no eran las más indicadas para nosotros o nuestra concepción de la vida y el amor, nos metimos con calzador en relaciones conflictivas, y cuando ya empezamos a evolucionar nos dimos cuenta que esos “amores verdaderos” nos hacían más daño que otra cosa, entonces con mucho esfuerzo intentamos deshacernos de ellos y seguir viviendo…

Pero casi todo el mundo va tocado, por la vida… lastimado, va: o con demasiadas expectativas para que un nuevo amor venga de un plumazo a repararle todos los circuitos rotos y averiados que dejó el anterior, o va desconfiando hasta de su propia sombra, midiendo tanteando y comparando.

Tal vez en un mundo ideal con gente perfecta, segura y bien armada quizás uno si pueda decir y hacer exactamente lo que piensa sin temor a salir herido, incluso todas y todos estaríamos dispuestos a recibir ese amor y ese afecto “exagerado” sin presuponer dobles intenciones, o sin pensar que vamos a terminar mal si nos ilusionamos mucho o con demasiada rapidez…pero en este mundo de criaturas imperfectas, limitadas y con las mismas o mayores necesidades de afecto que las nuestras, hay que ir con cuidado, aprender un poco de que en el juego, nadie tiene garantizado nada una vez que se liberan los duendes de la pasión, y por si acaso es bueno tomar precauciones.

Cuando leo algunas novelas clásicas, pienso que el romanticismo es sublime, me emociono, sufro por los desgracias, dificultades, idealización, pureza y determinación casi suicida de los protagonistas por luchar por amores imposibles o cuando menos muy dolorosos y complicados. Y en esas ensoñaciones, fantasea uno viviendo en una época así, pero de inmediato vuelvo en mí, y me doy cuenta que no hay época mejor que esta, ni mundo posible que no sea el que me tocó, o el que yo pueda construir en mi vida, ni mejor amor que el actual, o el que está por venir, y que contrario a lo que el imaginario popular cree, todo tiempo pasado no fue mejor, casi siempre fue más bárbaro, injusto y reprimido.

Si Madame Bovary, o Juana Catalina Romero, la amante juche de Porfirio Díaz, hubiesen vivido en el siglo XXI tendrían que aprender a amar con otros códigos, de otra manera, no es mejor ni peor. Ahora es diferente. Antes quizás había más locura, ensoñación imprudencia, pero las relaciones eran injustas e infames, terminaban en trágicas pasiones autodestructivas. Hoy vamos dando palos de ciego y cuando encontramos a alguien que vale la pena, lo único que le pedimos a Dios es que nos de la sabiduría para no arruinarlo. Como están las cosas, con eso nos conformamos.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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