miércoles, 16 de mayo de 2012

La vida pasa apresurada

Por Carlos Morán

El sábado por la noche, Pepe Athie, me invitó a un restaurante que está frente a su casa (5ª. Norte entre central Ote y 1ª. Oriente) “Mr. Fish”, dude un poco pero el remitente de la invitación me dio confianza, así que ingresé a ese sitio y de entrada, me asombró el talento e imaginación de quienes decoraron el lugar: Un sitio que no puede calificarse por su contenido físico sino por la calidez y paz que ofrece desde el pequeño jardín iluminado hasta las mesas en donde un joven, que parece extranjero, te da la bienvenida.

No podría explicar cómo es el sitio, prefiero cederle como regalo la sorpresa, así que simplemente se lo recomiendo como una novedosa opción para desayunar, comer y cenar exquisitos tacos de camarón, un filete de pescado a la plancha así como otras delicias de la buena cocina que van acompañadas de una asombrosa variedad de salsas.
Sí, es un delicioso rincón gastronómico que posee buena música, deliciosa atención y sobre todo, de la encantadora presencia de una pareja de jóvenes emprendedores que hoy le apuestan al servicio de la buena mesa: Lester y Adriana de Trujillo. Estuve de noche un par de horas en el restaurante con muchos deseos de volver, repetir el número de cervezas, una buena dosis de tacos de camarón, un filete de pescado, ceviche y enchilarme con el variante talento que poseen para ofrecer el exquisito picante.

Lo recomiendo para parejas enamoradas y en vías de… amigas que busquen sazonar el encuentro, para aquellos que deseen reconciliarse y para quienes tienen simplemente el gusto de retar al paladar. Mr. Fish, es un sitio que sin duda arrancará nuevos comentarios pero sobre todo, una novedosa opción para sacarse el hambre, escuchar música, brindar y por supuesto, consentir el paladar. 

Me gustas: nos acostamos, te conozco, nos separamos, nos odiamos. Quizás he exagerado un poco en la síntesis, pero es la historia de una amor promedio cualquiera en la era del vértigo. La vida pasa apresurada, las emociones se suceden a un ritmo súper sónico, demencial, y hacemos hasta lo imposible por no dejar que decaiga el nivel de euforia. La simple posibilidad de quietud, de encontrarnos a solas nos aterra.

Queremos el amor, queremos el equilibrio, queremos la dicha, la perfección, el placer total, una vida infalible y sin contratiempos. ¡Y la queremos ya!, sin demoras, sin espera y sin que implique mayor esfuerzo. Con indiferencia de que la mayoría de las veces, nosotros mismos aún no estemos preparados para responsabilidades tan altas, y haya tanto que curar en nuestro interior antes, para poder ofrecer después, al menos, algo de valor a los demás.

Así somos los seres humanos necesitamos poseer todo sin sudar nada, pero solo que seamos futbolistas de élite, artistas consagrados, políticos corruptos o narcotraficantes, que pueden vivir eternamente sin trabajar un solo día más de su vida con lo que ya tienen; la “gente normal” tiene que laborar en oficios y profesiones para las que ha estudiado y se ha preparado, (o en cualquier sitio donde le paguen un sueldo digno aunque no sea su profesión) y casi siempre, haciendo de tripas corazón, termina entrando en “el sistema” aunque haya sido rebelde contra el “establishment”, y “echado piedra” en su época estudiantil, y se tape la nariz cuando contempla lo que tiene que hacer para ganarse el pan.

Nadie soporta a nadie, y nadie quiere hacer sacrificios o concesiones. Los matrimonios duran en el mejor de los casos un promedio de cinco años, más galvanizados y sostenidos por los hijos y las deudas en común, que por un amor que valga la pena. Idealizamos con desesperación y mucha ansiedad cualquier ilusión bienintencionada, que medio quepa en nuestras necesidades estéticas, que “parezca sintonizar”, y que pueda encajar en la pasarela emocional de los sueños consumistas sentimentales, que de forma expresa o subliminal, nos han sido bombardeados desde niños. Perdemos la perspectiva de nuestras limitaciones y verdaderas necesidades, y jugamos a enamorarnos sin siquiera conocernos antes, tan urgidos, tan desbocados, que como es apenas lógico, el resultado es bastante predecible. 

Y cuando aún nos retorcemos de dolor por la decepción de un amor tramposo, sin siquiera tomarnos tiempo para curarnos y meditar al respecto; ya tenemos dos ilusiones nuevas en remojo, en la mira, para no tener que quedarnos solos, para no tener que enfrentar las carencias y aceptar que aún no hemos madurado lo suficiente, entre otras cosas, por estar sentados siempre ante un computador, o jugando con una consola, invernando ante la pantalla del televisor, o dejando media vida (literal) en una empresa explotadora que odiamos, y donde permanecemos tan sólo para ganar más dinero, que nos permita comprar lo indispensable a un precio leonino. Tenemos trabajo, (cada vez más precario) tenemos muchas cosas, demasiados objetos adornando nuestra vida, pero todo sucede tan rápido que no nos queda tiempo de saborearlo, de digerirlo, ni de acomodarnos en una existencia con verdadero valor.

Hoy ya no importa tanto ser personas admiradas por nuestro arte, oficio o cualidades: queremos tener plata y ser famosos a cualquier precio, y a la mayor brevedad. Entendiéndose por “famoso” alguien que es conocido por ser una persona muy conocida, sin más, con indiferencia del valor que tenga como ser humano, y aunque esa “fama” sea producto de una estafa, de una venta o revelación de intimidades eróticas ante un despecho por una ex amante que nos abandonó, o simplemente por haber perdido una contienda electoral y premiado con un cargo indigno.

No tenemos paciencia, no tenemos vocación ¡Ni madre!, ya no poseemos capacidad de sufrimiento, no tenemos ningún apego por la disciplina, el rigor y evadimos cualquier esfuerzo por mejorar como seres humanos que esté fundamentado a medio o largo plazo, o que implique esfuerzo. Queremos satisfacción, queremos placer intenso, queremos euforia constante y no podemos esperar ni un minuto más. Por eso siempre estamos tentados a tomar el atajo, el camino más corto, el pasaporte directo a la fama. 

No sé a dónde irá a parar todo esto, pero del mismo modo, habrá que mirar nuestras relaciones con los demás con más calma, recordar que el amor (en general) no es un sentimiento lineal cuya cotización en bolsa suba de forma gradual y a la par con nuestra preparación intelectual, profesional o el dinero o éxito que creamos tener. El amor verdadero no tiene época para llegar, no avisa, y no tiene por qué aparecer necesariamente en la primera parte de la vida. Hay que ir despacio, probando disfrutando, e intentando conocernos antes de depositar todos nuestros ahorros emocionales en alguien (error garrafal que siempre cometemos).

Hay que aprender a disfrutar de la incertidumbre, hay que volver a valorar el esfuerzo y la paciencia como virtudes, antes que como asquerosos impedimentos que nos frenan a disfrutar de un goce radical en constante celo; hay que desligarnos en nuestra vida íntima de la orgía de presión social, mediática y destructiva que nos asalta por todos lados. 

Este mundo nos lleva al límite, nos lleva a toda máquina recalentada, y el vértigo, la exagerada velocidad no nos permite ver el paisaje, las sombras se suceden informes, y la vida se va llenando de lagunas, de evasiones, de espacios sin habitar, de frustraciones enquistadas, maquilladas en medio de una aparente abundancia hipotecada. Hay que ser muy estrecho antes de emprender un nuevo camino donde las cosas, los afectos, y las personas que nos importan duren más... Antes, debemos de cultivar y ser pacientes.-

¿Estaría usted dispuesto a trabajar menos, vivir más, y hacerlo con la mitad de lo que gana, con la mitad de las cosas que tiene , pero ser feliz? Medítelo y mientras tanto vaya y pruebe la sazón de Mr. Fish. 

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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