lunes, 30 de diciembre de 2013

Palestra


El buen Pepe
Por. Rodrigo Ramón Aquino
Cuando por fin decidí aventurarme en el género de opinión como una extensión de mi ejercicio periodístico, pensé en acudir a quienes eran considerados “las vacas sagradas del periodismo chiapaneco” para, entre otras cosas, recibir sus consejos. Así, y poco a poco, me las fui ingeniando para llegar a la mesa de los susodichos; uno de ellos obligadamente tenía que ser José Gabriel Figueroa Rodríguez, el gran Pepe Figueroa, autor de la célebre columna Café Avenida.

No lo recuerdo ya con exactitud, pero seguro lo abordé en el conocido café de la avenida central que dio nombre a su espacio periodístico, a donde acudía todas las mañanas, no muy temprano porque le gustaba la vida nocturna. Luego de presentarme y hacerle saber mis intenciones, me dijo que tomara asiento y pidió café para mí con los meseros. Desde el primero momento su generosidad fue desbordante: consejo tras consejo, anécdota tras anécdota, y dato tras dato.

Su memoria fotográfica era admirable: sabía nombres, fechas, lugares, circunstancias. Lo sabía prácticamente todo de todos. Durante algún tiempo lo seguí frecuentando en el mismo lugar para abrevar de su experiencia. La cordialidad se tornó en amistad. Y a la sombra del buen árbol —a la sombra conjunta de varios árboles para ser justo—, inicié la escritura de una primera columna de nombre El Canshape (sitio encantado de mi natal Tuxtla Chico), y que con generosidad también publicó diariamente en su portal Bufete Regional de Comunicación (Bureco). Al poco tiempo, y para referirse a mí, hizo popular el apelativo: “Canshapito”.

Su muerte fue una puntada, ni planeada hubiese salido mejor. Un 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, fue la más grande vacilada aun para las parcas. Durante todo el día no lo creí. Pensé que, de manera cruel pero coordinada, los portales de noticias Entiemporreal y Reporteciudadano habían decidido gastarle la broma al respetable (lector asiduo, colegas y clases política y empresarial) sobre el fallecimiento de uno de los más queridos, conocidos y respetados columnista de la comarca. Para la tarde la broma de mal gusto mutó en triste y llana realidad. El gran vacilador nos gastó en un su último aliento una vacilada más. Todos fuimos inocentes palomitas por no creer.

Apenas la semana pasada le hablé, tenía de ringtone de espera una canción de Jesse & Joy —siempre pensé que era un viejo móvil de su hija Gabriela que ahora él usaba—, lo saludé como de costumbre, le dije que nos viéramos pronto, y él respondió “pues ya sabes dónde me encuentras”. Así era, cada que yo quería hablar con él, acudía al club nocturno Salsa Rock (una especie de mini Salón México) ubicado en la quinta norte, y seguro lo hallaba sacándole lustre al piso con una gran batería de pasos de salón que repetía una y otra vez con jóvenes y hermosas mujeres. Todas lo conocían y hablaban linduras de él. Era un tipazo para eso de halagar a las damas, y eso nadie me lo contó, yo lo vi.

Lo primero que escuché de los colegas y amigos al llegar a verlo por última vez a Funerales Calas fue la consabida frase “Murió en su ley”. Siempre había considerado ese dicho para aquellos que pese a hacer algo que les hace mal son testarudos y terminan mal. Ese no fue, desde luego, el caso de Pepe, quien, prácticamente, todas las noches acudía a bailar al Salsa. Bien vestido, bien peinado y perfumado, Pepe era el alma de la fiesta. Quiso, pues, la suerte que después de una noche de diversión su corazón contento terminara la fiesta aquí para continuarla allá. Un after party celestial.

Hasta luego, Pepe; fue y seguirá siendo un placer ser tu amigo.

Contacto:
roraquiar@hotmail.com
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