jueves, 13 de noviembre de 2014

CARREREANDO LA CHULETA


“LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES SON DE TODOS”

Por Ronay González

Este mundo no deja de sorprenderme, hace apenas unas líneas escribía acerca del disque líder juvenil del PRI que ni idea tenía de lo que estaba diciendo, después saldría otra fémina, hija de un líder sindical, no menos atarantada, diciendo otra sarta de sandeces, pero gracias al Colocho hay quien sí conoce el valor de la vida y lucha por ello.

Un diario internacional publicó una historia acerca de tres jóvenes que después de ser pandilleros, vándalos, malandros pues, ahora se dedican a trabajar para evitar que los niños y jóvenes caigan en las garras de la violencia, de la delincuencia.

Tres historias que reflejan perfectamente lo que está sucediendo a nuestro alrededor, lo que no queremos ver o preferimos pasar por alto. Uno de ellos, originario de Honduras, Cecilio Torres, a sus escasos 10 años se quedó sin casa, su mamá lo corrió, así que se vivió en la calle, como era de esperarse un vendedor de drogas lo acogió, en poco tiempo aprendió el oficio y a los 13 años compró su primera pistola, yo a esa edad difícilmente podía jugar con una de plástico.

Narra cómo un arma fue la que le dio el “respeto” que siempre buscó, después entendió que sólo era miedo lo que infundía, sin embargo a los 17 años dos eventos cambiaron su vida: le dispararon de frente, a corta distancia, pero logró huir, y se dio cuenta que las balas sólo le habían perforado la ropa. El segundo evento fue el decisivo: se dio cuenta que estaban regalando a una niña de sólo tres meses de edad.

“Yo, estando en ese mundo feo y peligroso, decidí adoptarla y darle el amor que yo no tenía. Eso despertó en mi cierto amor a la vida, cierto temor a morirme y el deseo de querer cambiar", contó Cecilio.

Hoy, este joven dirige una escuela de danzas folclóricas, su mejor amigo es un antiguo rival al que dejó parapléjico de un balazo y su misión es impedir que los niños vean a las pandillas como una opción. Por supuesto que llegar ahí no le fue fácil, pero lo logró.

Otro de los jóvenes, Agustín Coroy, para variar también creció en un hogar pobre y desestructurado, imagínense qué vida llevaría si el primer gesto de cariño que recuerda en su vida fue cuando uno de los narcotraficantes del barrio le pidió que le fuera a comprar un refresco.

Pasó parte de su vida en las maras, en medio de drogas y armas, un día lo agarraron, lo estaban torturando en la cárcel y él de la nada le prometió a Dios que si le permitía sobrevivir a aquel tormento (le estaban arrancando las uñas de los pies) dedicaría su vida a evitar que los jóvenes se dedicaran al delito.

"Pienso que le hice tanto daño a mi país, Guatemala, a tantos jóvenes, a tantas familias”, recuerda ahora. Gracias a un programa de ayuda a ex pandilleros encontró un empleo fijo, sin embargo al año se dio cuenta de que no estaba cumpliendo su promesa y comenzó a contactar a las organizaciones civiles y a trabajar de lleno con su comunidad.

Una de sus primeras actividades fue organizar un campeonato de futbol, y con una inversión de 95 quetzales logró que los jóvenes dejaran de matarse. “Durante 8 meses no hubo ningún asesinato en la comunidad", cuenta emocionado. Atento llamado a los que se gastan millones en programas sociales que a fin de cuentas no sirven para nada porque los organizan desde los escritorios.

El tercero, Carlos Cruz, es mexicano y narra cómo a los 16 años ya estaba involucrado en tráfico de armas, de dinamita, robo a casas de habitación. “Era un fenómeno que nos fue arrastrando desde la vida violenta en el barrio, en las familias y también por la ausencia de las instituciones. De toda la gente de mi edad en mi barrio, de 23, hoy solo vivimos tres".

Fue en el año 2000 cuando asesinan a un amigo, lo que provocó que él y otros compañeros comenzaran a plantearse trasformar sus vidas: "empezamos a valorar lo que éramos como personas y que nuestra experiencia de vida podía servir para que otros aprendieran”.

Recibieron apoyo de varias instituciones para lograrlo y hoy Carlos trabaja para que los niños y jóvenes no vivan lo que él. "Los niños, niñas y adolescentes son de todos y hay que cuidarlos. En eso es en lo que estamos", dice. Él, junto a otros ex pandilleros trabaja con niños y jóvenes, en las cárceles y en varias comunidades en la Ciudad de México.

Según el reportaje, aproximadamente 70 mil jóvenes en toda América Central viven en situación de violencia y vandalismo, desde muy pequeños aprenden a manejar armas, roban, venden drogas, las consumen, sin embargo esto nos demuestra que no todo está perdido, y que sólo es cuestión de que todos trabajemos un poquito.

Estos jóvenes buscan en las pandillas una opción para escapar de la pobreza, encontrar aceptación, ganar respeto, sólo hay que demostrarles que hay otros caminos, pero ¿cuánto nos preocupamos realmente por los demás? Que cada le piense, pero haciendo un ejercicio rápido, qué pasaría si todas las familias de una cuadra “adoptara” a los niños y adolescentes de esa cuadra y vigilara que no anduvieran en malos pasos, que no se reunieran con pandilleros, que no consumieran drogas, incluso que no fueran maltratados por sus padres, tendríamos, quiero pensar, una cuadra segura o al menos “limpia”, si ese patrón lo repetimos en cada calle de una colonia, les apuesto a que la vida y la seguridad de esa colonia cambiaría.

Sin embargo soy realista, a duras penas podemos con la chamba de vigilar a nuestros hijos, pero es esta pereza, esta falta de esfuerzo y compromiso la que nos está llevando al traste, no sabemos organizarnos, no nos gusta comprometernos, queremos que el gobierno nos ponga un policía a cada quien, bueno a como están las cosas les agradecemos más que no se nos acerquen ¿entonces?

Estos tres muchachos ejemplares (no como los hijos de… “papi y mami”, que dicen y escriben sandeces), pertenecen a organizaciones que se dedican a rescatar a jóvenes y niños de las garras del pandillerismo, de la violencia, habrá que ubicarlas, apoyarlas, juntarlas, y si es posible, unirse a su chamba, México nos lo va a agradecer.

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