miércoles, 22 de junio de 2011

Caricias y cachondeos…

(Primera parte) A Ronay González, quien ayer cumplió 34 años
Por Carlos Morán
-Primero he de decirte que me enamoré de ella por su arrebatador encanto, originalidad e inteligencia- Así comenzó esta charla que hoy me atrevo a compartirte. Bueno, quizás esa voluptuosa figura, esas caderas casi obscenas y esas piernas de corista cabaretera también ayudaron un poquito, para que se dijeran muchas mentiras. La cosa se empezó a complicar la primera vez que se desnudó para él. Ahí comenzó la perdición Eduardo. De eso hace ya más de cuatro años y no sale todavía de la depre. Supongo que tampoco ha querido hacerlo, porque hay dolores que gustan saborearse ¿A poco no...?

Pero mejor centrémonos en la historia que al fin y al cabo es lo que vengo a contarles.

Había sido un día maravilloso, casi perfecto. Hasta que Pilar decidió negarse en última instancia, con un manotazo y un gruñido somnoliento la entrada a ese sitio tenebroso que ella tiene y que a él lo pierde. Ya saben. Lugar preferido de todos los lugares, que entre otras minucias, lo mantiene a su merced y con su dignidad de perro hambriento (típico de machos enculados). Y él se pregunta: ¿Por qué? ¿Qué he hecho de malo hoy? ¿Por qué me pasan estos patéticos y funestos episodios a mí? Y no le pasan, por ejemplo, a...¡yo que se!...a esos tipos detestables que se ponen a hablar de ellos mismos con esnobismo empalagosamente, que dan ganas de ahogarlos en su caldosa idiotez.

Eduardo Intentó pensar en otras cosas. Desistió de su insistencia pasional. No sin una honda decepción de por medio, claro. Se volteó y dejó de abrazarla por debajo de las sábanas, intentando “no- sentir, no-tocar” la extrema suavidad de su maravillosa geografía. Mucho menos rozar zonas nerviosas y externas del aparato reproductivo femenino, que, si llegaba a tocarlas, apenas conseguiría aumentar su ardorosa pena, y de paso empeorar la horrible hinchazón sin premio que se me había concentrando justo “ahí”.

Mientras tanto la mente enajenada por esa cosa horrible que llaman deseo, o pasión o amor...¡o lo que sea! masticaba y mal digería la muerte y retirada que empezaban a caer abatidos; ¡uno por uno! dentro de su entusiasta humanidad en ese momento bicéfala (2 cabezas: una pensante y la otra no, pero molesta).

Entonces, en ese preciso instante, él ya sabía que todo esfuerzo había sido vano. Una vez más Pilar… (¡maldita, maldita, maldita ella entre todas las mujeres!) se había salido con la suya. ¡Un día entero, insinuándose! ¡Un día entero dándole pequeños y húmedos avances de consuelo! Dilatando la cosa..., atizándolo con salvaje provocación. Llevándolo de manera impune hasta el límite de límite del deseo, -cosa que a ella por desgracia no le costaba mucho-. Un día entero diciéndole con esa boca hermosa que su Dios le dio, con esa deliciosa voz de novicia rebelde: “espera un poco mi vida... ¡que tenemos que hacer muchas cosas hoy! Espera un poco, ya verás... ¡que todo esto que ves... será para ti!” Te haré un streeptese VIP.

Y si, entonces abría la toalla anudada a su cuerpo de par en par y le mostraba todo eso, y lo otro... y mucho más. Mientras lo contentaba con un arrumaco cariñoso y seguía en lo suyo: sombra aquí, sombra allá, un poco de lápiz en los ojos, un discreto toque de rimel, ¿qué vestido me pongo? ¿El collar de perlas o el de ámbar que me regaló mí papá? cremas variadas, chorritos de perfume en sitios estratégicos y demás arreglos de rigor.

En la mañana tuvieron que salir corriendo, de prisa y ¡ay! no se pudo. El lo sabía, no por falta de ganas compartidas. Pero se adelantó algo..., hay que admitirlo. Cosa que le llenó de una profunda ilusión-pervertida para el resto del día. Mientras se bañaban le dio un pequeñísimo avance más, eso también es cierto. Pero le dijo que “lo mejor vendría en la noche” y para colmo coincidió con que se acabó de sopetón el agua caliente y se les hacía tarde. Cosa que no es por nada, pero un baño con agua helada ¡en la espalda en plena temporada de lluvia! resiente hasta al más ardoroso orificio erótico mañanero.

Durante el tiempo que pasaron comprando en el supermercado e hicieron trámites diversos toda la tarde, Pilar le coqueteaba a cada rato y era correspondida con discretos manoseos camuflageados. Ella lo agradecía con una sonrisa cómplice de niña pícara entre gente extraña. Por los pasillos de Chedrauí: haciendo cola ante al cajero, en los anaqueles, o en los probadores del centro comercial mientras él le daba el visto bueno para su nuevo sostén “wonderbra”, estuvieron cultivando el asunto.

Luego cuando Eduardo ya iba conduciendo, su mano le rosaba de a poquitos, -como quien no quiere la cosa- posándose justo encima del sitio donde suelen traer la cremallera los pantalones. Sin duda “espontáneamente medida la caricia” lo justo para avivar la llama. Y en todo el santo día lo mantuvo en suspenso, ¡y vaya si sabia hacerlo la condenada!

El estaba eufórico, peor que un niño ante la llegada de santa en el amanecer del día de navidad. Cada instante que pasaba la deseaba más y la veía más morbosamente adorable. En todo el centro comercial, en toda la ciudad, ¡la nación, la galaxia, el universo y sus confines! no había una más sexy y adorable que su lujuriosa Pilar. Y para más…¡Lo quería! (al menos eso decía cuando tenia miedo de perderlo ¡A él...! que no era millonario, ni presidente municipal, ni actor de telenovelas, ni cantante, ni mafioso acaudalado, ni carita o bonito ejemplar... Pues, como es apenas lógico, no le quedaba más remedio que creérselo.

Esa noche tuvieron un compromiso ineludible y cenaron con algunas parejas de amigos en Marinni. Charla divertida y medio bohemia en una acogedora terraza, sin que ella dejara de coquetearle y provocarle todo el tiempo, como esas señoras con alma de “puta” fina que saben mantener al amante deseoso. Luego despedida risueña por aquí y por allá, retirada a casa manoseándose en cada semáforo... ¡y zas! Por fin solos.

¡Ahora si! Doce de la noche de un sábado cualquiera. Los dos, solitos: Pilar y él. Un par de amantes abandonados que vivían juntos desde hacía cuatro años sin dejar ahogar las ganas. Que se gustaban mucho (al menos eso se lo repetía casi a diario) Y él estaba seguro que si el solo hecho de verla pasear recién levantada en calzones y una camiseta vieja por la casa le despertaba tantas cosas, y ese sentimiento no se extinguía...¡debía de ser por algo! Aunque por algún tiempo llegó a sospechar que él estaba enamorado solo de su pubis, y sus alrededores pubianos. Que además también quería con toda su alma esas nalgas descaradas, esos muslos pecadores y esos bonitos globos naturales que apuntaban casi siempre al centro de su dicha, y hacían tan bien el armonioso juego con su cara angelical de mujer descarriada.

Se que suena terrible lo que acabo de compartirle pero..., si quieren les digo una mentira y dejo a mi confidente como un príncipe vestido de azul y cuajado de inocente caballerosidad que ninguna hembra valora ya, pero ¿de qué me serviría? Estaba claro que él también la quería, pero las cosas sólo se complicaban cuando la parte de ellos que alberga las ideas tenía que empezar a ponerse de acuerdo. Si no fuera por eso todo iría de maravilla.

Ahí la tenia enterita, plena. ¡55 kilos (más o menos dependiendo de la época del año) de pura sensualidad para él solito! Extrovertida, fresca, divertida e ingeniosa, en el nidito de amor, en la cama con una variada historia de placer, sueños y humores divertidos que se escapaban en la profundidad de la noche...

Eduardo sabía que había sido un día duro y eso.., pero bueno...¡también para él lo fue y no se estaba quejando de ello! Pero ella estaba exhausta, y él no negaba que también. Sin embargo, habían pactado algo durante el día, y él a esa hora creía ya haber hecho méritos estoicos y suficientes para estar “a la altura” de su sublime premio. Si, a la altura: dentro, al lado, por detrás, contra la pared, abajo o en su defecto encima del sitio de su recreo con su respectiva y entrañable alma inherente que lo gobernaba: El sitio donde más se había amañado en muchos años. O en muchas vidas, supongo.

Desde el punto de vista psicológico y trágico no sé qué pasó pero la cosa se jodió. Todo sucedió muy rápido... “ella quería primero un masaje y se tumbó boca abajo en el centro de la cama. Eduardo muy paciente, muy acomedido empezó a quitarle por completo la ropa para complacerla. Velitas por aquí, incienso, luces tenues con tonos ocres, vinito por allá. Jazz clásico de fondo por acuya. Se encontraba tan relajada y se veía tan descaradamente provocativa a pesar de su cansancio, que se puso a darle masajes en la espalda, los hombros, el cuello, las piernas y esos golosos cachetes que tenia por glúteos…

Absorto Eduardo, perdió la noción del tiempo, y supongo que también del espacio. Estaba tan ensimismado con semejante espectáculo a tiro de piedra en el horizonte, que por poco no escucha los poco sensuales ronquidos que la pobre Pilar, Pilarica o Pilarcita había empezado a soltar. En apenas diez o quince minutos ¡estaba frita! Completamente dormida…

Mañana les comparto el final de esta dramática historia que no es solo la historia de Eduardo, sino de muchos que… Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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