miércoles, 21 de diciembre de 2011

Un cuento antes de Navidad.

Por Carlos Morán 

Hace varios años conté una historia que un hermano Marista me confió cuando estudiaba bachillerato, tal vez el grupo de personas reunidas en la mesa, eran las precisas para que brotara de mí el cuento con especial espectacularidad y lujo de detalles al grado que muchos terminaron llorando. Nunca percibí que en la mesa de junto estaba una persona atenta a mis palabras y que días después se la adjudicó como suya. Por supuesto que podía hacerlo, de todas formas la historia tiene un dueño y ese no soy yo, solo que en las prisas el plagiador no concibió los detalles faltándole, además de los personajes con todos los detalles, algo esencial: imaginación. Hoy se la comparto porque el calendario me da la oportunidad de nuevo.
Es una historia que comienza en una Nochebuena, no sé si sea real o es una historia inventada por alguien. Esta inicia en un sitio lejano en donde gobierna un rey quien invitó al Primer Ministro a unirse a él en su habitual paseo por el pueblo. Este rey, frívolo y vano como muchos, disfrutaba viendo las decoraciones de las calles, pero como no quería que sus súbditos gastaran demasiado dinero en ellas sólo para complacerle por qué sabían que el rey no aceptaba derroche fuera del palacio, los dos hombres (El rey y el Primer Ministro) siempre se disfrazaban de mercaderes provenientes de algún lugar remoto para no ser reconocidos y caminar desenfadadamente.

Caminaron a través del centro de la ciudad, admirando las luces, los árboles de Navidad, las velas ardiendo en los portales de las casas así como millares de luces tintineantes colgadas en las casas; los estantes vendiendo regalos, y los hombres, mujeres y niños apresurándose para celebrar una Navidad alrededor de una mesa bien dispuesta de comida.

Cuando regresaban al palacio, felices de no haber sido descubiertos para no tener que saludar al proletariado, pasaron por un barrio, el más pobre y miserable del pueblo, en el que incluso la atmósfera era bien distinta: No habían luces decorando las casas y mucho menos arbolitos de Navidad. Por supuesto que era imposible percibir el aroma de exquisitas viandas porque no había nada más que pobreza…

Apenas había un alma en las calles y, como lo hacía cada año, el rey señaló al primer ministro, como lo hace un político sensible a otro político priísta que, de verdad, tenía que prestarle más atención a los pobres de su reino porque sino un día se levantarían contra él. El Primer Ministro, seguro de que el pueblo seguirá aguantando, meneó la cabeza afirmativamente, a sabiendas de que el asunto sería pronto olvidado de nuevo, enterrado bajo la burocracia diaria de presupuestos qué aprobar y discusiones con dignatarios extranjeros.

De repente, escucharon música proveniente de una de las casa más pobres. La choza era tan endeble y las planchas de madera podrida tenían tantas grietas que pudieron espiar lo que estaba ocurriendo en su interior. Y lo que vieron era complemente absurdo: un anciano en una silla de ruedas llorando al parecer, una muchacha con la cabeza rapada bailando, y un joven de ojos tristes golpeando una pandereta y cantando una canción popular.

‘Voy a enterarme de lo que ocurre.’ – dijo el rey. Llamó a la puerta. La música paró, y el joven abrió. ‘Somos mercaderes buscando un lugar donde dormir. Escuchamos la música, vimos que estaban aún despiertos, y nos preguntamos si podríamos pasar la noche aquí.’ -Se pueden alojar en un hotel de la ciudad. Nosotros, desgraciadamente no podemos ayudarlos. A pesar de la música, esta casa está llena de tristeza y sufrimiento-

¿Podemos saber por qué? Pregunto el Rey -Es todo por mi culpa’ – habló el anciano desde la silla de ruedas. ‘He pasado toda mi vida enseñando caligrafía y ortografía, para que un día pudiera conseguir trabajo como escriba de palacio, Pero los años han pasado y ningún puesto ha salido a concurso. Pero sucedió que anoche, tuve un sueño estúpido, en el sueño: un ángel se me apareció y me encargó comprar un cáliz de plata porque, dijo el ángel que el rey vendría a visitarme, bebería del cáliz y le daría un trabajo a mi hijo-

-El ángel era tan contundente que decidí hacer lo que me pedía. Dado que no tenemos dinero, mi nuera fue al mercado esta mañana para vender su cabellera y así pudiéramos comprar ese cáliz. La noche es tan triste que los dos están haciendo lo que pueden para contagiarme el espíritu de la Navidad cantando y bailando, pero no hay nada que hacer-

El rey vio el cáliz de plata, pidió un poco de agua para saciar su sed y, antes de partir, dijo a la familia: -Deben saber que, estuvimos hablando con el primer ministro hoy, y nos dijo que la semana que viene se anunciaría una vacante para escriba de palacio-

El anciano asintió, sin creer demasiado en lo que oía, y se despidió de los extranjeros. A la mañana siguiente, sin embargo, un edicto real fue leído en todas las calles del pueblo; “se necesitaba un nuevo escriba en la corte”.

El día señalado, la sala de audiencias del palacio estaba a rebosar de gente ansiosa por competir por ese puesto tan codiciado, ya que todos en el pueblo al no haber ninguna diversión, la lectura y la escritura predominaba en todos. El primer ministro entró y pidió a todos que preparasen su papel y lápiz:

¡Aquí está el tema de la disertación! Anuncio tan esperado por todos ¿Por qué un anciano llora, una joven con la cabeza rapada danza y un joven triste canta?

Un murmullo de incredulidad atravesó la habitación. Nadia sabía cómo contar una historia así, excepto el joven vestido de forma andrajosa sentado en una esquina, que sonrió ampliamente y empezó a escribir.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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