Por. Rodrigo Ramón Aquino
Me gusta escribir (teclear para los modestos recalcitrantes), pero como Jaimito el cartero, y en más ocasiones de las que yo quisiera presumir, prefiero evitar la fatiga. He dejado correr el tiempo y no he traducido en libros las ideas concretas que a veces decanto en mi cabeza. No encuentro la forma de avanzar. Deseo combatir la desidia de aprendiz de escritor y los pensamientos negativos que continuamente vienen a mi mente.
Debo empezar por reconocer que la escritura como proceso creativo es trabajosa y sin temor a exagerar produce desgane. Que yo recuerde, la inspiración no ha tocado a mi puerta. Mucho menos se trata de hacer un trabajo de síntesis de informaciones y boletines diversos, licuarlos, y presentar un producto que puede tener apariencia sofisticada pero no es más que lo mismo. En más de una ocasión he dicho que si no tengo nada interesante que decir mejor no escribo. Error. En el fondo existe miedo a no hacer algo decente.
También influye el que no me he apropiado de un espacio para hacerlo. Debo hallar un lugar tranquilo, sin ruidos y distracciones. Quizá deba trabajar sin conexión a internet, pero ¿y los datos duros, los contextuales, las fechas? Difícil navegar y no curiosear, pero hay que intentarlo.
A lo mejor crear un ritual, una serie de preparativos para la atmósfera creativa: preparar café americano, tener a la mano cigarrillos, escuchar música New age. Los rituales tienen precisamente esa función, acostumbrar a la mente a la creatividad tras crear el ambiente.
Otro obstáculo al que me enfrento es la obsesión con la calidad. Puedo invertir varios minutos en la construcción de un párrafo de pocas líneas y aún así no quedar contento. Debo dejar correr la escritura sin ataduras de principio. Una revisión final ayudará a pulirlo, pero sólo una (he visto la cara de los editores cuando se les hace más una corrección). Con que funcione basta, de lo contrario será tarea tediosa (recuerde, como suele decir mi nunca bien ponderado Sr. López: “Lo perfecto es enemigo de los bueno” —acá entre nos ya sé que es frase de Voltaire, pero primero se lo escuché a mi gerente—).
Lo cierto es que hay días en los que uno definitivamente está bloqueado. Lo mejor que se puede hacer para evitar el hastío (continuamente he caído en ello) es abandonar momentáneamente la tarea, distraerse, hacer algunos ejercicios. Pero que sea un descanso pequeño, porque si se uno se toma largas horas de ocio, cuando se vuelve al teclado no se logra la misma concentración y se terminará por no hacer nada. Comprobado.
Finalmente, hay un consejo que me parece el mejor de todos: escribir, escribir, escribir. No hay mejor forma de crear un hábito que repetirlo cuantas más veces mejor. Redactar por lo menos una cuartilla al día hará que cada vez cueste menos y se haga más y de mejor calidad. Escribir aunque no se tengan ganas, aunque se tengan mil excusas para no hacerlo, aunque se presente un cuadro de gripe aviar. En algunas semanas se estarán produciendo bodrios (dixit Arcadio) como pan caliente.
Ágora
“La gente quiere que sus gobernantes tomen decisiones, que se les hable de frente, que se les diga la verdad. Es precisamente porque no se asumió esta responsabilidad que tenemos los problemas de hoy: luz, agua, basura, saneamiento”, así ataja Samuel Toledo Córdova Toledo, presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez, en entrevista publicada hoy en NOTICIAS, Voz e Imagen de Chiapas.
Al preguntársele si asume el costo político de permitir la entrada de capital privado al Sistema Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (SMAPA), lo que ha sido interpretado como una “privatización”, el edil capitalino revela que desde hace años existe la participación privada en el organismo descentralizado, como es el caso particular del saneamiento del agua (empresa a las que por cierto también les deben): “Prefiero asumir la responsabilidad y el costo político ahora, que lamentarnos todos después”.
Cotillo
Lo bueno: Ayer marcharon habitantes de diversas colonias capitalinas a favor de la iniciativa de concesión del SMAPA: Lo malo: Algunos de los marchistas no sabía exactamente para qué los hicieron caminar. Lo peor: Los que sabían apoyaban al presidente “Manuel Toledo”.
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