viernes, 25 de abril de 2014

Se fue el Gabo; se despidió a tiempo


La opinión 

Por Carlos Morán
Yo estoy seguro que Gabriel García Márquez no irá al cielo y mucho menos al infierno por que no creía en Dios. Su espíritu deambulará por los parajes majestuosos de su propia imaginación y se regocijará cada vez que alguien abra alguna de sus obras para leerla. 

Deja Gabo a su muerte tantos problemas por resolver sobre su vida, que sin impertinencia podemos penetrar en ella. 

Que fue grande escritor, nadie que conozca de letras se atrevería a negarlo. Que Cien años de soledad es una de las obras cumbres del idioma, no puede remitirse a duda. Agregamos que su estilo es tan personal, tan heroicamente personal, que resulta inimitable. El que quiera parecerse a García Márquez se desnucará fatalmente en el intento. 

¿Qué pensó sobre Dios y sobre el Hombre como obra de Dios en sus últimos días? García Márquez sabía poner tierra de por medio con lo que no le llegaba al corazón. Los curas no le gustaban, eso está claro. 

Es cierto que se nos fue la magia de Gabo; nos queda la cruda realidad de esta patria y muchas más del universo entero que hoy más que nunca reclama el compromiso de cada uno de sus ciudadanos. 

García Marquez fue tan genial que pudo mostrar la realidad más triste de la manera más bella. Fue capaz de presentar la pobreza colombiana con la exuberancia propia de nuestro Caribe. A su pueblo natal Aracataca, que aún hoy carece de agua y alcantarillado, la hizo ver como un lugar mágico donde las historias más increíbles cobraron vida y seguirán haciéndolo por más de 100 años, a través de sus palabras hermosamente combinadas en esa obra que mereció el Nobel de Literatura en 1982. ¡Qué ironía! Hacer de la desgracia una obra maestra. 

El Gabo, como se le conocía mostró un país en el que desde el Libertador en su laberinto hasta el viejo haciendo memorias de su putas tristes, lograron realizar sus sueños y cumplir sus propósitos; mostró cómo la fatalidad de una muerte anunciada por el carácter de los personajes y por el contexto en que se desarrolla la historia, hasta la más bella crónica de amor en aquellos tiempos del cólera, podían tener lugar en un mismo escenario: uno en el que la miseria convive con el alegre desenfado de su gente y se entreteje con un complejo exotismo tropical. Esa es Colombia vista por su nobel como puede ser aplicada a cualquier rincón de nuestro querido México. 

Aun las historias más sórdidas que relatan las crónicas de viles delitos como el secuestro, las narró magistralmente dando cuenta con más realismo que magia de cualquier país desgarrado y atravesado por la violencia y la injusticia. 

Se nos fue la magia de Gabo; nos queda la cruda realidad de esta patria que hoy más que nunca reclama el compromiso de cada uno de sus ciudadanos. Con Gabo y más sin él, seguimos siendo testigos de aberrantes episodios en los que prevalece la pereza, la indiferencia y consecuente impunidad; con gran pesar registramos que México se ha convertido en referencia obligada cuando se trata de abordar un problema tan grave como el de la violencia contra las mujeres: las historias que inundan la vida cotidiana de esta nación, están llenas de mujeres que bien podrían ser Fermina Daza o Ángela Vicario, agredidas de todas las formas más inimaginables, brutales e inhumanas. 

Presenciamos cómo lo que hay en el laberinto no son solo generales, sino más bien la justicia secuestrada por intereses egoístas y mezquinos y al servicio de unos pocos que se hacen llamar servidores públicos o políticos de cuello blanco. 

Como Gabriel García Márquez no hay un solo humano que se resista a la paz, a tener un país en el que verdaderamente quepamos los Aurelianos Buendía o los patriarcas sin formación, autoritarios, eso sí dispuestos a dejar las armas y a pagar por sus actos para contribuir a tener un país que pueda aprovechar sus riquezas y recursos, así como los que alguna vez fueron secuestrados, las víctimas y sus familias dispuestas a perdonar y convivir. Gabriel no vio la Colombia en paz que seguramente alguna vez imaginó pero supo que los colombianos nunca estuvieron dispuestos a seguir jugando el papel del coronel: y como en México, país que adoptó como suyo, supongo que los mexicanos que le leímos alguna vez nunca no quisimos seguir esperando una carta con una respuesta eternamente porque sabemos que sí tenemos quién nos escriba esa historia. 

No debemos dudar, como jamás lo hizo García Márquez con el poder de su pluma, que podemos transformar esta realidad marcada por la desigualdad, la inseguridad, la corrupción y la falta de solidaridad. Por supuesto que hacen falta más que cuentos y novelas mágicas –aunque estén inspiradas en la realidad–. Es menester que nos comprometamos; que reivindiquemos nuestra condición de ciudadanos activos y conscientes y que no permitamos más manipulaciones ni jugueteos con este país en crisis. 

Como dijo Gabo en 'El Amor en los tiempos del cólera', sabemos que "es la vida más que la muerte la que no tiene límites". 

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar 

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