viernes, 30 de mayo de 2014

Los amigos y las redes sociales



Los amigos y las redes sociales



Por Carlos Morán / Revista Poderes


El pasado viernes mis contactos y algunos amigos se sorprendieron porque un pillo profesional en la materia, me robó mi cuenta de Gmail, y escribió a todos esto que reza así (el texto es real y sin corrección alguna):

spero que esto te llegue a tiempo, hice un viaje a Newcastle, Reino Unido y se me fue robado el bolso con mi Pasaporte Internacional, Tarjetas de Crédito dentro. La Embajada está deseando ayudarme con dejarme tomar un vuelo sin mi Pasaporte, solo que tengo que pagar por el billete y cubrir las cuentas del Hotel. Para mi desgracia, no puedo acceder a mis fondos sin las tarjetas de crédito, ya ontacte con mi Banco pero necesitan más tiempo para los procesos y así conseguirme uno nuevo. En esa inoportuna situación he pensado en pedirte un préstamo rápido de fondo que puedo devolverte tan pronto que regrese. necesito como 900 libras para cubrir mis gastos. Realmente necesito estar en el próximo vuelo. Si puedes obtener los fondos envíalos por Western Union eso será muy bueno porque es la mejor opción que tengo, Puedes Me dieron un carnet temporal en la Embajada así que eso no será un problema si tienes los fondos envíalos a traves de la oficina local de Western Union y en 20 minutos ya lo tendría aquí. es más conveniente para mí y Siento mucho cualquiera inconveniencia que podría causarle esto. Puedo enviarte los detalles en cómo hacer.

Espero ansiosamente tu respuesta.

Saludos.


CARLOS MORAN


La primera llamada que recibí fue de Carlos Mercado Orduña, Carlos Lau y después llegaron muchas más mientras trataba, con la ayuda de unos técnicos de poder salvar lo insalvable. Finalmente este acontecimiento agrio me dejo algo muy bueno. Pude percatarme a cuanta gente le importo y sí me hubiera muerto habría sabido quiénes sí hubieran estado en mi funeral o al menos lo habrían lamentado. Me acordé mucho cuando Alfred Nobel, quien equivocadamente un día apareció en varios periódicos una nota que se refería a él “murió el creador de la bomba atómica…” y entonces dijo que no podía morir siendo recordado como un asesino e instituyó el premio que lleva su nombre. Pero bueno son cosas de la vida… Le agradezco a todos los que por algún momento se alarmaron y me llamaron y enviaron alertas por el Facebook. Mil gracias 

La nostalgia está “in”, me comentó un amigo snob hace unas noches mientras bebíamos unas copas de vino tinto. Se cotiza fuerte dentro de las horas de ocio (incluso laborales) de buena parte de la humanidad. No sólo son los incesantes desvaríos de inestabilidad de la mayoría que llega a este mundo sin saber a qué. Es algo más profundo que invade los destinos solitarios de tanta gente en teoría acompañada...¡de extraños periféricos! Toda esta generosa oferta abunda, sin duda, para masajear las añoranzas de un público en apariencia ya adulto, con gran poder adquisitivo, ávido por recordar los referentes populares, de entretenimiento y culturales con los que su infancia fue tomando forma hasta convertirnos en los seres inseguros, impulsivos pero al mismo tiempo corajudos y creativos en que mi generación se ha convertido. A medio camino entre la posmodernidad más vanguardista y desesperada, pero sin desligarnos de las ancestrales tradiciones y tantas veces malsanas costumbres emocionales que heredamos o con las que muchos tuvimos que levantarnos.

En esa desconcertante rareza se va buena parte de nuestra calma a pesar de las comodidades materiales. Grandes por fuera y terriblemente niños por dentro. En el amor, en la derrota y en el silencio nos delatamos, sin duda. La nostalgia permanece latente; la añoranza al acecho. El recrear esos escenarios, artistas y momentos donde hicimos la metamorfosis -con más pena que gloria-, entre larvas adolescentes cambiando hasta estudiantes entusiastas y algo frenéticos; y que acabó justo el día que empezamos a cargar encima ciertas responsabilidades en forma de familia o trabajos formales (unos convertidos en padres o solos por la incomprensión existencial de un mundo no hallado). Esta nostalgia cultivada, enfurecida por la industria tecnológica y nuestros propios miedos a crecer, es un caramelo irresistible, es la responsable de que buena parte de los grandes conglomerados mediáticos del ocio y el entretenimiento engorden sus bolsillos a costa de disparar de manera indiscriminada y -con mucho éxito-, a nuestra necesidad enferma por espiar y bucear en esos años en que creímos ser inmortales.

Buena parte del éxito abrumador de redes sociales de realidad alternativa, o de realidad paralela por el estilo, se basa en que tienen la descarada facilidad de acercarnos a lo que fuimos, o más bien creímos ser con muy poco esfuerzo cuando teníamos la vida más nueva. El sistema voraz y cronometrado al milímetro en que vivimos nos hace disponer de un mínimo tiempo para admirar la poca naturaleza no-muerta o urbanizada que sobrevive a nuestro alrededor. Habitar en una ciudad grande y moderna aumenta nuestras posibilidades de ganar más dinero, tener cierta oferta cultural más amplia a mano y realizarnos laboralmente en empresas y proyectos quizás más ambiciosos e importantes; pero reduce de forma dramática nuestro contacto íntimo y cercano con seres humanos de carne y miedo..., es decir lo que antes se conocía como semejantes.

Un ser humano cansado, estresado, muy productivo en el tiempo en que se vende para poder comer y comprar más objetos, pero exhausto después de una agotadora jornada laboral no suele tener al final del día el mejor estado de ánimo “para abrirse al mundo físico de manera imparcial y sin prejuicios”. Si a esto le añadimos que por lo general suele tener que cumplir con sus cuotas de afecto o atención a su pareja, novia, hijos etcétera., un ser humano así..., tiene hoy en día muy pocas ganas de salir a “socializar” a la plaza del pueblo, el bar de la esquina o el parque del barrio, como solía hacerse antaño con la mayor espontaneidad y naturalidad. Por muchas razones: una de ellas porque de la forma que está diseñado el mundo hoy mismo, es casi que imposible salir a intentar divertirse un poco y “socializar” sin tener que gastarse una importante suma de dinero en cada salida, y ya sabemos que hoy más que nunca no está el palo para hacer cucharas en materia de prodigalidad económica. También por las distancias, la inseguridad...y sobre todo: la pereza. En la época que vivimos en que lo cómodo, lo práctico, “lo funcional” o más bien lo inmediato (aunque próximamente desechable para ser reemplazado por otra cosa “mejor”) se suele confundir con mucha frecuencia con lo valioso, las personas suelen refugiarse y “socializar” más en su faceta de sedentarismo desde su propio escritorio, mesa o cama. Con un sólo clic, sin tener que gastar mucho, ni vestirse de forma glamurosa, ni hacer mayores esfuerzos, empijamados, ojerosos, despelucados y en muchas ocasiones sin necesidad de lavarse pueden acceder a mirar la evolución de los fantasmas de su pasado remoto que permanecen dispersos por los cuatro confines del mundo.

La curiosidad y más bien el morbo por husmear de manera medio furtiva la vida de los demás siempre ha sido inherente al ser humano. Incluso a otros mamíferos menos sanguinarios también. Pero la tecnología hoy nos ha dotado de herramientas que superan la más osada de las imaginaciones con las que nosotros mismos fantaseábamos en la infancia ante un naciente PC de Apple o la prehistoria de las “nintendos” “ataris” y similares. Con frecuencia encontramos en nuestra bandeja de entrada de redes y correos personales muchas invitaciones de “amistad” o saludos de gente que quizás no vemos ¡desde que estábamos en quinto de primaria... o séptimo de secundaria...! Gente con la que a lo mejor nunca tejimos una amistad ni siquiera medio íntima o aceptable. Gente que en el mejor de los casos, no significó nada para nosotros y viceversa. Pero que siente la morbosa curiosidad de saber qué diablos ha sido de nuestros días y de nuestros huesos, claro. Supongo que simplemente esto se hace porque es un pasatiempo barato y al alcance de cualquiera; o porque estamos jodidamente solos y atemorizados de la vida “real” que puede haber fuera, en la calle. O porque de verdad somos seres hiper chismosos por naturaleza, vaya uno a saber.

El problema nace quizás cuando la vida de voyeur virtual amenaza con suplantar cualquier amago de relaciones físicas, y lo que es peor, se empieza a pasar tanto tiempo al frente de seres etéreos pixelados ya casi anónimos para nosotros. A seguir con desesperación las idas y venidas de personas que en circunstancias normales de proximidad y debido a los naturales cambios y evoluciones inherentes a toda persona a través del tiempo, ya no soportaríamos. Con los que no tendríamos nada en común. Salvo haber compartido espacio vital obligado en la infancia, o haber coincidido en una época donde aún no nos parecíamos ni por asomo a lo que hoy somos.

Si en la vida real eres un tipo más bien medio misántropo y poco sociable aunque pueda llegar a ser por trabajo o simple urbanidad cortés y muy amable con los desconocidos, ¿por qué en las redes sociales tienes que cambiar? Yo en este mundo tangible no digital ni virtual, nunca he querido tener (a diferencia de Roberto Carlos) “un millón de amigos”; me parece una barbaridad, una pretensión obscena, irresponsable e imposible. Pienso que ya tener quince o veinte “amigos” es una responsabilidad enorme y son muy difíciles de cultivar y cuidar. Quizás mucho más difícil aún de hallar. Ya no digamos cincuenta o cien. ¿Cómo los sigo? ¿Cómo los veo? ¿Cómo los escucho con la atención y cariño que un buen amigo merece? Entiendo que algunas personas compitan por ver quién tiene más centenares o miles de “amigos” agregados, pero creo que eso es banalizar la palabra “amigo”, ya de por sí está bastante apaleada por los nihilistas crónicos, y los pesimistas más amargos. No me parece sano dedicarle más de media hora diaria en una vida tan fugaz a husmear en la existencia de seres anónimos por los que no sentimos ni siquiera cariño o al menos admiración.

Si las redes sociales empiezan a reemplazar la vida de carne y miedo, corremos el riesgo de que las emociones tangibles, la calidez y la incomparable elocuencia de una charla, un abrazo, un polvo “real”, o contacto cara a cara, cuerpo a cuerpo, pase a ser lo frágil y extraordinario, y las relaciones asépticas e impersonales a punta de clic sean lo habitual.

Alguna vez hablé en este espacio de la epidemia de soledad que soporta buena parte de la gente, bien parada y “exitosa” en muchas facetas de la vida y que sin duda ha hecho metástasis y tiende a convertirse en una peligrosa tendencia en otras generaciones jóvenes y no tan jóvenes. En un mundo abarrotado de humanidad donde cuesta dar un sólo paso sin cruzarse, tropezarse o pisarle la cabeza a alguien igual de desconfiado que uno merodeando por la calle..., en un mundo así tan receloso y al mismo tiempo multitudinario, la gente cada vez se refugia más en la soledad de sus casas o habitaciones. Al margen de cualquier ser humano que le pueda interrumpir su evasión para conectarse a chats y redes sociales que puedan calmar la ansiedad de no hallarle sentido al camino. Estos sitios virtuales o no-lugares tangibles en el presente, les permiten ver congelados en instantáneas ajenas y lejanas cómo la vida va sucediendo para otras personas, en otros sitios como en antaño solía ocurrir en sus propias vidas, cuando eran nuevas y el mundo se presentaba como una infinita oportunidad real de vivir, descubrir y jugar al aire libre.

Hoy en día parece que todo el mundo tiene u ostenta más amigos que cualquiera de sus antepasados, pero con la diferencia quizás que cada vez dichos contactos se hacen más etéreos. No se interactúa de forma tangible, el calor humano se reemplaza por el calor que libera el ventilador del pc. Hasta llegar al punto de que una existencia de una persona promedio de nuestra generación, suele suceder entre un diminuto racimo de personas que se suelen repetir en todas las facetas: celebraciones, cenas, y pocas reuniones que compartimos durante nuestra presencia en este circo. Muy a pesar de los 400 o 500 “amigos” que tanta gente dice tener. Y la vida se está convirtiendo en un juego aún más paradójico y extraño, donde los abrazos de verdad, los besos de verdad, las palabras de ánimo o dicha escuchadas o pronunciadas a pocos centímetros del calor, y olor corporal de nuestros interlocutores tienden a escasear, mientras que de manera inversa el tiempo que se le dedica a teclear replicas ante una pantalla encendida aumenta, jugando a relacionarnos con gente en su versión no-perceptible ni palpable. Crece el tiempo invertido de manera cuando menos preocupante. De esta forma nos seguimos comportando como si nunca hubiésemos salido del colegio. Queremos ser populares, queremos ser admirados y queremos enterarnos de todos los pequeños chismorreos que ocurren a nuestro alrededor. Como evidencia evolutiva o de cierta madurez no nos deja muy bien parados, la verdad.

Me gusta pensar que las redes cibernéticas me ayudaran a conservar y cultivar el afecto de la gente que quiero alrededor del mundo, aunque sea muy poca. Me gusta creer que al igual que en la vida “tangible y transpirable” llamada real, cuando en la red encuentre a alguien muy original o interesante quizás si mi timidez me deja, intentaré cruzar algunas palabras o por qué no, empezar una cosa parecida a una bonita amistad.

Eso será la realidad, y lo real pasará a ser un ilusorio compendio de sueños artificiales. A veces hace falta reivindicar la mirada, la respiración, el tacto, ver a ese amigo que te golpea cariñosamente la espalda y te da la mano como amigo no como hermano, porque los hermanos generalmente no se quieren . A veces hace falta salir y ver el mundo como lo veíamos cuando nos lo queríamos comer. Cuando creímos ser inmortales.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar1958@gmail.com

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