lunes, 15 de diciembre de 2014

CARREREANDO LA CHULETA


A UNA SEMANA
Por Ronay González

Normalmente en estas épocas se habla de paz, amor, vida, es el espíritu y qué bueno, sin embargo y aunque suene a comercial mal hecho, nos haría mucho bien el mirar un poquito más allá de las compras, las vacaciones, los regalos de intercambio, las borracheras, para percatarnos de lo que sucede a nuestro alrededor.

Independientemente de si profesamos alguna religión o no, somos seres humanos, algunos más ariscos que otros, pero todos necesitamos de una u otra forma de otras personas, pero últimamente estamos tan ensimismados en nosotros mismos que poco volteamos a ver qué le sucede al compañero de trabajo, al vecino, al señor de la tienda o la panadería, no por chismosos si no por un verdadero interés en que mejoremos todos.

Estamos a una semana de celebrar la Navidad, y haciendo a un lado la solemnidad religiosa que esto implique, más allá de la mercadotecnia podría ser un muy buen pretexto para que examináramos cómo anda nuestro yo caritativo, empático y proactivo.

Que haya niños, jóvenes solos en estas épocas es un semillero perfecto para la delincuencia de mañana. Ya poco vemos en las colonias el que se junten todos los de la cuadra para hacer una posada, en donde todos participen, convivan, menos se ve aquello de estar al pendiente entre todos del adulto mayor que vive solo o del chiquillo al que dejan encerrado todas las tardes porque su madre trabaja y para variar no tiene padre.

No estaría mal que alguien tomara la iniciativa, les confieso que yo mismo ni siquiera puedo imaginarme yendo a tocar a la casa de mis vecinos, algunos más lunáticos que yo, para plantearles que organicemos una posada en la calle, que nos conozcamos, que sepamos si tenemos hijos, si hay alguien que vive solo, si necesita apoyo de algún tipo. Insisto, sólo de escribirlo se siente extraño, pero creo que nos hace mucha falta.

En la medida en que nos preocupemos un poquito por los demás nos estamos asegurando nosotros mismos, porque el día que haya algún intruso lo detectaremos fácilmente, si algún chamaco anda haciendo desmanes podríamos alertar a sus padres, que muchas veces son los últimos en enterarse, si una abuelita vive sola, cerciorarnos que no tenga una emergencia.

Hay quien asegura que en estas épocas eso ya no se puede hacer porque el ritmo de vida no lo permite y porque somos muchos; puede ser que sea más complicado, pero no imposible.

A mí sí me gustaría saber que si un día no estoy en la casa y surge un imprevisto en mi familia, habría algún vecino en quién confiar, que me apoyara; lo mismo si estoy ahí y puedo ayudar a alguien; en el ambiente laboral también aplica, a veces trabajamos lado a lado con personas que no sabemos si están pasando por momentos difíciles, si con sólo escucharlas les haríamos un bien.

Pocos son (afortunadamente) los que buscan el mal por el mal, de lo que estamos llenos es de resentimientos, envidias, corajes, pero eso se debe a que no conocemos más allá de lo que vemos, si aprendiéramos a darnos cuenta de lo complejas que son todas las vidas, entonces sabríamos que nada es perfecto y que si logramos hacer esa empatía en nuestros pequeños círculos sociales, este país se puede volver más seguro.

Yo sí lamento el que mis hijos no puedan salir a jugar con los vecinos, correr, tal como lo hice yo, y no se puede porque en primera el riesgo es enorme, pero sobre todo porque no los conozco, no sé qué influencia puedan tener en mis hijos pues ni siquiera ubico a sus familias.

Qué padre sería que nos conociéramos, que hubiéramos ideado una forma en que salieran a jugar, a convivir y que por turnos les écharamos un ojo, que juntos planeáramos estrategias para que ni se le vayan a acercar a alguna droga o para que las jovencitas se sintieran seguras en su calle cuando regresan de la escuela.

En fin, este es mi sueño de Navidad, en una de esas alguien lo retoma, incluso yo mismo, o aunque sea que sirva para un capítulo navideño de La Rosa de Guadalupe.

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