jueves, 4 de noviembre de 2010

Carlos Morán

Hablemos de la felicidad

Tengo un amigo de la misma edad, un amigo con quien me siento un poco avergonzado porque no he podido decirle de frente y directo, sin rodeos, que va por mal camino. Extraño, ya que generalmente nunca he sido tacaño para decir las verdades, pero como estoy creciendo, he aprendido que incluso, los propios hijos, debemos de sufrir nuestros propios errores porque si alguien nos anticipa que vamos por mal camino, insistimos en caer…

Este amigo tiene todo, absolutamente todo lo que alguien pueda desear en la vida para ser feliz, y supongo que muchos que solo le conocen exteriormente, deben suponer que es un hombre inmensamente satisfecho. Nadie sabe, es más, creo que ni él mismo conoce aún qué tan grande es su infelicidad que su otro “Yo”, se empeña en llevarlo por caminos torcidos en donde el vino y las mujeres, lo instalan en una plataforma falsa a la del mismo paraíso.

El amigo, quien sobrio parece ser un hombre inmensamente feliz y exitoso, cada dos días antes de terminar con sus obligaciones empresariales, se olvida que tiene esposa, hijos y un lugar en la sociedad, es más, se le borra cuánto le costó llegar a ocupar el sitio en el que ahora está y está perdiendo a paso agigantado. Así que se encierra por horas con mujeres que le cobran por minutos la compañía y bebe alcohol como si quisiera perderse para siempre llegando a su casa en estado miserable.

Nadie hasta el día de hoy se ha atrevido a decirle algo respecto a su conducta, al contrario, sabidos de que la esposa mantiene una guerra constante con él por su azarosa conducta, todos preferimos hacernos a un lado y dejar que cada quien haga con su vida lo que mejor le plazca…

Hace unos días estuve con él y quise abordar el tema de felicidad para llegar al tema central que deseaba, así que él me preguntó qué era la felicidad y solo le contesté que, esa es una pregunta que ya la borré hace mucho de mi cabeza, justamente porque no sé responderla.

No soy el único. En el transcurso de todos estos años, he convivido con todo tipo de personas: ricas, pobres, poderosas y acomodadas. En todos los ojos que se cruzaban con los míos, siempre me pareció que faltaba algo – e incluyo a los semidioses, y a los sabios, gente que no tendría nada de qué quejarse.

Algunas personas parecen felices: pero simplemente, no se plantean el asunto. Otras hacen planes: “tendré un marido, una casa, dos hijos, una casa de campo…” Mientras se encuentran ocupadas realizando esa lista, son como toros embistiendo: no piensan, sólo avanzan. Consiguen su coche, a veces consiguen hasta su Ferrari, les parece que en eso consiste el sentido de la vida, y no se hacen nunca la pregunta “¿Qué es la felicidad? Pero, a pesar de todo, los ojos arrastran una tristeza de la que estas personas ni siquiera son conscientes.

Yo no sé si todo el mundo es infeliz. Lo que sé es que las personas están siempre ocupadas: trabajando más tiempo del que les corresponde, ocupándose de los hijos, del marido, de la carrera, del diploma, de lo que harán al día siguiente, de lo que hay que “comprar”, de lo que hay que tener para no sentirse inferior o simplemente por tener, etc.

Poca gente cuando he hecho la misma pregunta ¿Qué es la felicidad? me han dicho: “Soy infeliz”. La mayoría me dice: “Estoy de maravilla. Conseguí todo lo que quería”. Entonces, les pregunto: “¿Qué es lo que te hace feliz?” Me responden: “Tengo todo lo que cualquiera puede desear: familia, casa, trabajo, salud…” Les pregunto de nuevo: “¿Alguna vez te paraste a pensar si eso era todo en la vida?” Y responden: “Sí, eso es todo”.

Insisto: “En ese caso, el sentido de la vida es el trabajo, la familia, los hijos que crecerán y acabarán marchándose, la mujer o el marido que con el tiempo se transforman más en amigos que en auténticos enamorados sino es que el esposo, se aburre y se va con otra. Y el trabajo terminará un día. ¿Qué harás cuando llegue ese momento?” Eso te lo pregunto a ti.

Llegados a este punto, no me responden. Se van por las ramas. Pero siempre queda algo escondido: el empresario que aún no hizo el negocio que soñaba, la ama de casa a la que le gustaría disponer de más independencia y más dinero, el que acaba de conseguir su título en la facultad se pregunta si fue él quien escogió sus estudios o si alguien los eligió por él, al dentista que le habría gustado ser cantante, el cantante hubiera querido ser político, el deseo del político era ser escritor, y el escritor es un labrador frustrado.

En la calle, en la esquina de Los Comales, en donde a veces me siento a recopilar todo lo que escribo para esta columna, observo a las personas que pasan, apuesto a que todo el mundo esta sintiendo lo mismo. Esta mujer tan elegante dedica sus días a intentar parar el tiempo, controlando la báscula, porque piensa que de eso depende el amor, la otra que sueña con tener a un hombre rico para que le haga realidad sus deseos…

En la acera de enfrente se ve a una pareja con dos niños. El hombre y la mujer viven momentos de intensa felicidad cuando salen a pasear con sus hijos, pero al mismo tiempo el subconsciente se preocupa del empleo que podría faltar un día, de las tragedias que pueden llegar en cualquier momento, y piensa en cómo librarse de ellas, cómo protegerse del mundo.

Hojeo las páginas de un periódico y todo el mundo aparece riéndose, todo el mundo está contento, pero como frecuento este medio, sé que la realidad es otra: todos aparecen riendo o divirtiéndose en la foto, en aquel momento, pero por la noche, o por la mañana, la historia es diferente. “¿Qué voy a hacer para seguir apareciendo en los periódicos?” “¿Cómo voy a disimular que ya no tengo el dinero suficiente para mantener esta vida de constantes lujos?” O “¿Cómo le hago para aumentar mis lujos, para hacerlo más llamativo que el de los demás?” “La señora con la que aparezco en esta foto, riéndonos las dos, celebrando algo, ¡mañana me puede robar a mí esposo!” “¿Estaré mejor vestida que ella? ¿Por qué sonreímos, si nos detestamos?”
Mi amigo me queda viendo sorprendido y como ha bajado la cabeza apenado porque ha entendido entre líneas lo que he querido decirle, trato de disimular todo contándole una anécdota, un pasaje en el que, había una vez un hombre perteneciente a cierta secta religiosa que no se atrevía a cruzar el río porque tenía miedo, cuando de pronto apareció un sacerdote católico, quien escribió unas palabras en una hoja, la ató a la espalda del hombre y le dijo: - No tengas miedo. Tu fe te ayudará a caminar sobre las aguas. Pero en el instante en que pierdas la fe, te ahogarás.

El hombre confió en el sacerdote y comenzó a caminar sobre las aguas, sin ninguna dificultad, A cierta altura, no obstante, sintió un inmenso deseo de saber lo que el guía espiritual había escrito en la hoja atada a sus espaldas.

La cogió y leyó lo que estaba escrito: “¡Oh, Bendita Madre de Dios, ayuda a este hombre a cruzar el río” … “¿Sólo esto?”, pensó el hombre. “¿Quien es esta Bendita Madre de Dios, al fin y al cabo?”

Así, en el momento en que la duda se instaló en su mente él se sumergió y se ahogó en la corriente.

Mi amigo me quedó mirando con ojos empapados de lágrimas y terminó diciéndome – Prometo que trataré de cambiar, voy a dejar de beber y de visitar putas- O cásate con una de ellas, le dije, tal vez ese sea el tipo de mujer que hace química contigo y no con quien vives desde hace 30 años-

Nos echamos a reír, y me preguntó de nuevo ¿Qué es la felicidad? No sé contestarla, le dije, pero sigue mis pasos y tal vez comprendas mucho cuando veas de qué hay a mi alrededor.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario