jueves, 23 de junio de 2011

Parte II Caricias y…

Por Carlos Morán
Eduardo muy paciente, muy acomedido empezó a quitarle por completo la ropa para complacerla. Velitas por aquí, incienso, luces tenues con tonos ocres, vinito por allá. Jazz clásico de fondo por acuya. Se encontraba tan relajada y se veía tan descaradamente provocativa a pesar de su cansancio, que se puso a darle masajes en la espalda, los hombros, el cuello, las piernas y esos golosos cachetes que tenia por glúteos…

Absorto Eduardo, perdió la noción del tiempo, y supongo que también del espacio. Estaba tan apendejado con semejante espectáculo a tiro de piedra en el horizonte, que por poco no escucha los poco sensuales ronquidos que la pobre Pilar, Pilarica o Pilarcita había empezado a soltar. En apenas diez o quince minutos ¡estaba frita! Completamente dormida…

La escena era más bien lamentable, desde el punto de vista de Eduardo, claro. Porque desde el de ella y viéndolo de manera imparcial, en perspectiva lujuriosa, situándose uno como observador periférico a los pies de la cama..., lo que se hubiera visto es: un hermoso y desnudo culo joven con su armoniosa figura de espaldas. Reposando como una angelita vencida por los excesos, completamente extenuada. Un alborotado pelo en recreo tapando cualquier cansado rostro. Una piel muy tersa, lisa por el suave aceite y enrojecida por el cadencioso y desinteresado manoseo “tailandés” de las cariñosas manos de Eduardo. Pero sobre todo, una mujer, una atractiva mujer que hasta hace no pocos minutos parecía una Mesalina urgida, una amazona en celo que quería devorarse a Eduardo. En cambio ahora yacía ausente, fulminada por el cansancio de un día realmente duro y agitado. De una semana en extremo estresante y francamente agotadora en su trabajo.

También se veía a un tipo flaco desnudo, con un tarro de aceite en la mano. Con una mirada de idiota, como si acabara de perder el boleto premiado de la lotería, y un poco más abajo una escandalosa y furiosa erección que por obra y gracia del espíritu santo, empezaba a “comprender el asunto”, y se replegaba resignada en espera de otra oportunidad mejor. ¿Y ahora qué? –pensó Eduardo- ¿Debo insistirle, debo despertarla, debo chantajearla? ¿Debo hacerle un “pequeño atentado” a mansalva? Como los que solía permitirle cuando éramos novios y dormitaba a su lado, donde eso si, nunca estaba tan cansada como para no recibir sus nobles intenciones de “entrar en sus sueños” a cualquier hora. Ahora lo comprendía, eso sólo era un jodido anzuelo, ¡y aquí el idiota del aceite en la mano había caído redondito!

Su virilidad había sido herida de muerte justo donde más le dolía. Su hombría resentida empezó a recordarle todo lo malo que Pilar le había hecho en el último día, la última semana, el último año y en sus anteriores y futuras reencarnaciones. En ese instante la odió con toda su alma, su corazón y el resto de sus vísceras. Pero el problema era que él aún estaba muy, muy caliente. En realidad no le hubiese importado perdonarla si le dijera que era una broma y tan sólo estaba fingiendo. Se empezó a llenar de motivos y un profundo rencor venenoso se apoderó de él. Se armó de valor con la firme intención de decirle a la cara: Oye tú... ¡calienta braguetas, calienta huevos! ¿es que no ves que me has dejado aquí como un imbécil masajeando tus sueños mientras que millones de feromonas homicidas y torrentes desbocados de testosterona pugnan por salir de mi interior? Pero no lo hiso por orgullo, por dignidad.

Eduardo guardó el aceite “para masaje tailandés” en el neceser donde ella tenia el kit erótico que había ido acumulando con los años. Al lado de las bolas chinas, de la manita de madera para rascadas castas, el cepillo del pelo con mango multiusos. Los Cds, y USB donde grababan sus batallitas sexuales..., el consolador de tamaño “mandinga” y pigmentación africana. Las esposas, el anillo vibrador y demás artefactos restregadores digitales, réplicas fálicas, lubricantes, analgésicos locales y cachivaches eróticos que solía comprar en los sex shop con sus amigas; o que comprábamos en los primeros “días de vino y polvos” de la “madura” relación.

La situación era dramática, en serio, límite. En ese momento no estaba en muchas condiciones de razonar de manera aceptable. Ni siquiera de cavilar de manera al menos lamentable. Eduardo debía esperar a que el 90 por ciento de su sangre se devolviera a sus sitios normales, y se empezara a llenar de... algo parecido a la sensatez en otras zonas de su cuerpo. Quiso levantarla y exigirle aunque fuera un felatio pero no lo hizo, le dio pena mostrar su debilidad y ella solo hizo una mueca somnolienta diciéndole que mañana haríamos “todo lo que él quisiera y por donde él quisiera” etcétera. Medio se incorporó para darle un beso mediocre con los ojos cerrados, se tapó con las mantas, meneo su precioso culo de mujer atractiva, “segura de sí misma y que sabe lo que quiere...” ¡Y ay, se volteó! Ya está, eso fue todo.

Finalmente Eduardo se levantó. Fue a orinar. Bebió agua de la llave. Se cepilló los dientes e hizo gárgaras con listerine del verde. Hizo un par de muecas ante el espejo sintiéndose bastante solo e incomprendido. Se apretó los testículos con cierta furia, como queriendo vengarse con el primero que se le apareciera. Volvió y se acostó. Empezó a releer “Los hombres que aman a las mujeres cabronas” e hizo muchas cosas pero el pequeño desplante de Pilar le invadía de dolor por todo el cuerpo. Eran las 2 de la mañana y mejor apagó la luz…

Por último y ya desesperado al filo de las cuatro de la mañana empezó a tratar de hacer un inventario mental dentro de su patética somnolencia de todas las mujeres importantes en su biografía íntima que había conocido, o por las que había sentido algo en el transcurso de su vida. Recordó con quienes se había acostado y hasta con las que solo había tenido sexo oral…

No sé como Eduardo ya a las 5 de la mañana sin darse cuenta se volteó en el mismo sentido que estaba la Pilarica y de manera inconsciente, tal vez, se fue acercando e hizo un enchufe con su entera desnudez y cuando se dio cuenta ya la tenia completamente abrazada con una mano reposando en su pecho, encima de su pezón derecho, y la otra metida justo en la familiar y cálida depresión triangular que anidaba entre sus dos bonitas piernas.

Y así señoras y señores, en el colmo del dolor, con la misma dignidad de una meretriz callejera en oferta amaneció abrazado a su torturadora Pilar. Horas más tarde, siendo un domingo cualquiera, Pilar se despertó sobre las once de la mañana. Luego le dio un beso como si nada hubiese pasado. Sin pedir perdón, sin el más mínimo esfuerzo por sentir empatía por ese pobre hombre. Para colmo logró romper su frágil dignidad con un par de movimientos estratégicos de aquí para allá, succiones y restregones claves y precisos. En menos de dos minutos ¡Se puso a su merced! Y así lo tuvo por un buen tiempo.

Eduardo tenía mucha rabia pero en ese momento había que priorizar, era cuestión de jerarquía en las pasiones. Un poco más tarde después de algunas acrobacias y gemidos compartidos reposando a su lado ya no tenia ningunas ganas de hablar de todo su doloroso martirio. Había vuelto a ser “todo un varón” Estaba claro que él ¡ya tenia otra vez el poder! el control.

Aunque en el fondo le quedaba la duda si se había vuelto a derrotar. Y no seria la primera ni la última vez. Como si esto fuera poco, la muy artera le hizo creer que él era un inconsciente, un desconsiderado ¡y ni le agradeció el jodido masaje que le dio! No se acordaba. Luego se ofreció para ir a la cocina a hacerle desayuno, ¡pero eso si que no! No cayó en su trampa. Lo quería hacer porque creía que con un miserable desayuno le iba a comprar y él la iba a perdonar. Pero se juró que no lo engañaría de nuevo.

Se levantó, la dejó en la cama haciendo pereza. Hizo unos suculentos huevos revueltos con cebolla, tomate y chile, también café, queso tostadas y jugo de naranja. Y el pendejo de Eduardo se lo llevó a la cama para que la consumiera el remordimiento. La muy calculadora no lo iba a engatusar otra vez, era el momento de demostrarle ¡quien tenia el control y el poder en esta casa!...¿Usted cree esto? Le pregunto a quien acaba de leer…

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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