jueves, 11 de agosto de 2011

Una historia de terror

MAYANIN
Por Carlos Morán
Antes de juzgarme, primero atrévase a leer y cuando termine, decida qué hacer con la historia, conmigo y con su vida…

Mayanín tenía 17 años, había estudiado siempre en colegios católicos; sus padres como muchos, sumidos en la rutina de una familia aparentemente unida pero disfuncional por el peso de la religión, pero más bien con poco amor y tolerancia que decidieron separarse cuando ella y sus hermanitos aún eran muy niños. Conforme a sus principios pensaron que lo mejor para la niña mayor, era que estudiara recluida con las piadosas hermanitas donde se forman “las niñas buenas”, y la metieron en el mejor internado que encontraron para lavar sus conciencias.

La niña buena se hizo mayor y terminó su bachillerato con honores. Un día salió al mundo de los seres libres y fue cegada por su resplandor. La niña nunca quiso ser sor Juana Inés de la cruz, ni Teresa de Calcuta, supongo que si la vida de uno no ha sido muy alegre que digamos, tampoco es obligación ser mártir. Ella soñaba con trabajar de secretaria o algo a lo que pudiera aspirar, y un amor masculino en su vida, como lo hace cualquier mujer joven heterosexual de este mundo: quizás en parte para que supliera la frialdad y lejanía de su padre o quizás para pensar que la vida afuera se formaba con mujeres buenas y piadosas como ella y hombres honrados dulces y trabajadores.

La niña salió y picada por la inmensa represión acumulada en su hogar y colegio, se enamoró del primer príncipe que se pasó por su vida, que con halagos, todo candor y toda delicadeza, logró enamorarla de forma perdida y sin mayor esfuerzo. El príncipe consumó su labor conforme a lo que se espera de una mujer buena; es decir, que se deje halagar y seducir con galanterías desde un papel pasivo. Y ella le entregó su inocencia y su candor, tan fervorosamente incubado a punta de abnegados rosarios y educación para saber estar en el lugar que le corresponde: “ de una dama decente y buena”

A los pocos meses de estar saliendo con él, ella quedó embarazada, eran otras épocas y la educación sexual estaba muy mal vista en casa, y peor vista en un colegio donde las monjitas ni se les pasaba por la cabeza semejantes cambios, o a lo mejor sí, pero esos eran temas sucios y pecaminosos que ya tendrían tiempo de aprender las mujeres cuando se entregaran a su hombre en matrimonio. Es obvio que a “las siervas de Dios” no les importara, si total ellas ya se habían entregado por completo al altísimo, y de momento no habían tenido embarazos ni retrasos en la regla (salvo incidentes aislados con párrocos de sotana traviesa).

Como es apenas predecible el embarazo terminó como única solución digna posible para tamaña vergüenza, fusionándose al encantador caballero pero este, en menos de tres meses destapó la caja de los horrores y se quitó la máscara, aún embarazada empezó a golpearla de manera “discreta” por cualquier estupidez, a empujarla y a hacerle ver que la fuerza y el poder los llevaba él, y que más le valía obedecer, ya que nadie la vendría a defender. Porque como todo el mundo asume de forma tácita y absurda en problemas de pareja (aunque medien golpes y coacción de por medio) nadie ni familia ni amigos se pueden meter...

De puro milagro no perdió la criatura antes de tiempo. Ella empezó a trabajar de secretaria, con enorme éxito gracias a su buena preparación e inteligencia, en una época en que eran muy pocas las mujeres que podían acceder a la universidad, con lo cual las que terminaban el bachillerato “comercial” normalmente laboraban como competentes secretarias e iban haciendo carrera administrativa.

Pero su pareja la manipulaba, la controlaba, la asfixiaba, ella después de la jornada de trabajo tenía que hacerse cargo del nene y de los oficios de la casa. Él no movía un dedo, y si la sopa le parecía muy caliente, o muy fría, o consideraba que ella se tardaba 15 minutos más comprando en el mercado, o si se arreglaba mucho, o se ponía una prenda medio sugerente él rompía en cólera y la insultaba, a lo que ella, incapaz de comprender por qué tanta bestialidad y una forma de amar cuando menos muy hiriente, le replicaba y era cuando él aprovechaba para golpearla. Si: con las manos, puños patadas, empujones, se ensañaba, la tiraba al suelo y la dejaba en un charco de sangre aún delante de su pequeño hijo, y una vez que se cansaba salía a dar una vuelta, y regresaba humillado y muy arrepentido con un obsequio a pedir perdón, horas o días después.

Y es que Mayanín nunca tuvo ni autonomía emocional ni libertad para ejercer su propia personalidad, nunca se la enseñaron ni en casa, ni en el colegio; siempre estuvo subordinada en un tercer plano por su padre, y luego subordinada a las “siervas del señor” y por su puesto a Dios, que uno se pregunta en estos casos ¿dónde diablos está Dios, cómo permite esto? lo único que le quedaba de su anulada dignidad y autoestima era su voz, y no se callaba ni se calló nunca.

Ella era una mujer preciosa, aunque usted no lo crea, era divina por fuera y por dentro, era buena, inocente, había podido encontrar como mínimo cien tipos mejores que lo hubieran dado todo por ella, era inteligente y muy eficiente en su trabajo a pesar del sobreesfuerzo que tenía que hacer, el sufrimiento y su particular infierno íntimo.

El macho que tenía por pareja además bebía y era mujeriego, lo cual empeoraba las cosas, al mejor estilo de nuestra sociedad: si, amigo lector, porque cuando no beben son mujeriegos o las dos cosas, o sino juegan, o sino mantienen dobles relaciones de manera furtiva, o sino son tipos chaparros “difíciles” que hay que comprender con infinita paciencia y soportarle todos sus excesos, inmadurez y ataques de violencia gratuita. Le cuento que ella por las tardes se sentaba en la acera de su casa a ver pasar gente, familias completas con madre padre retoños y perro incluido, felices desfilaban ante ella en armonía con los niños. A veces alguna vecina se acercaba a hablar con ella, aunque a menudo la evitaban, ya que su marido tenía fama de violento y de tener muy mal carácter, y eso era verdad.

Con los golpes aprendió a escondidas a fumarse un par de cigarrillos y tenía breves momentos de felicidad imaginándose en otra vida en otro mundo… a él, en cambio, no le gustaba que fumara, y la golpeaba si la encontraba fumando, si olía la casa a humo, aunque él bebiera e hiciera lo que se le diera la gana fuera del hogar. Cuando ella sentía el ruido de su carro que se acercaba, el corazón le empezaba a palpitar a mil, se ponía muy nerviosa, soltaba la colilla, se entraba y se enjuagaba muy rápido la boca y las manos, se echaba perfume y cruzaba los dedos para que él viniera de buen humor. Pero eso era difícil, a él siempre le parecía la comida muy simple, o muy salada; o la carne muy fabricada, o si el nene se había caído y tenía un pequeño raspón, se lo reprochaba furioso, y aprovechaba para empezar de nuevo, así eran todos los días, y sucedió durante muchos años.

A pesar de todo subió mucho en su trabajo y llego a ser muy importante en la empresa para la que trabajaba, pero sus continuas palizas recibidas, ausencias por “incapacidad estética” de presentarse (magulladuras, hematomas, ojos morados) y espectáculos de celos de su torturador marido lograron que ella perdiera su trabajo. Se vio obligada a renunciar por vergüenza, perdió también su autonomía económica, aunque nunca la tuvo del todo, porque él siempre decía lo que había que gastar; cómo y de qué manera, ella no podía comprarse ni una coca cola sin que él diera el visto bueno. Ella aún así los fines de semana incluso le ayudaba a él en el negocio y velaba por que todo estuviera bien y los empleados no abusaran ni fallaran.

Uno se preguntara ¿Y por qué nadie hacia nada?... Pues muy simple, porque la mayoría descarga en todas las mujeres su incapacidad para entender la situación, incluso algunos la culpaban a ella, es increíble, la víctima pasaba a ser verdugo… la mayoría se lavaba las manos, y decía que lo que Dios unió no lo puede separar el hombre: las mujeres mayores le decían que tuviera paciencia, que tuviera resignación que lo hiciera por los niños (ya había llegado una segunda hija) que él tarde o temprano iba a valorar a la excelente mujer que el señor le había puesto en su camino…

Pero el Señor como nunca vivió en pareja, no entiende de estas cosas, su amor propio estaba bajo tierra ya, con tan sólo 26 años la vida se había acabado para ella, y él ni siquiera era capaz de dejarla libre, la necesitaba para torturarla, aunque le pasara cada ocho días una amante por enfrente de la casa, él la necesitaba para sentirse poderoso sobre alguien, necesitaba reafirmar sus carencias, necesitaba alguien a quien humillar a quien doblegar para sentirse menos miserable, más varón…

Ya sabe usted lector que, una vez que la mujer sale de casa, en matrimonio o de la forma que sea, sus padres salvo contadas y honrosísimas excepciones se desentienden de ella, y claro, si tiene problemas de vez en cuando la protegen, le prestan dinero, le dan apoyos puntuales, pero en temas de maltrato todos miran para otro lado, todos le dicen que deje a ese tipo, bla, bla, bla, pero nadie se compromete con soluciones reales. Y no le tienen paciencia si ella vacila duda o flaquea…la juzgan de manera severa, como si fuera fácil hacerlo cuando uno tiene la dignidad y la autoestima aplastada… ¿qué iba a ser de ella con dos niños pequeños, sin trabajo, sin más experiencia en la vida que su oficio que había perdido por él? Acaso existían o han existido en nuestro país entidades que acojan y ayuden a estas mujeres de manera efectiva, acaso alguien le iba a garantizar su seguridad e integridad personal de una bestia que la tenía amenazada de muerte si lo dejaba, y que conociendo su nivel de violencia había serios motivos para temerle. Ahora el gobierno aparentemente protege a las mujeres, pero se sigue viendo la fuerza animal, por todos lados del hombre que incluso en las dependencias saber sobornar y atemorizar a las y los encargados.

Usted no se imagina la cantidad de mujeres súper preparadas, estudiadas, profesionales que malviven en relaciones infames con pequeños psicópatas que aunque no las golpeen tanto, las mantienen subyugadas, amenazadas, anuladas, eso no respeta clases sociales ni nivel cultural, es obvio que a mayor educación e independencia económica, se reducen los riesgos de que una mujer pueda soportar o padecer a un tipo así, pero siguen habiendo demasiados casos, e incluso con mujeres de provienen de buenas familias y sofisticadas educaciones.

Y el problema de fondo, lo que inclina a una mujer a ser víctima de un maltratador es la mala educación en su infancia y lo que vivió en su casa (si su madre fue maltratada, ella también será presa fácil en este terreno), las sociedades represoras y muy conservadoras crean: o mujeres muy sumisas y abnegadas, o mujeres reprimidas que una vez que abandona el yugo paterno se lanzan de manera radical en una especie de experimentación extrema y venganza vertiginosa por la subyugación y el tiempo perdido, que puede convertirse en una ruleta rusa para su estabilidad emocional, donde encuentran la más alta realización profesional, pero tienen serios problemas para establecer relaciones sentimentales satisfactorias, y en el fondo esa descompensación entre el enorme talento e inteligencia en la vida práctica y la tremenda ignorancia e ineptitud en la vida emocional se convierte en un lastre y fuente de frustraciones.

Los años pasaron y ella siempre hacia concesiones para complacerlo a él, aunque ella quisiera otra cosa no podía, dependía de él, y él en cualquier caso, no la tomaba en cuenta para decidir, cambiaron de ciudad un par de veces y sus pocos lazos y nexos con el mundo conocido se terminaron de apagar, ella aún así, continuaba leyendo –su gran pasión secreta- todas las largas noches e incluso días que duraban las ausencias de su torturador. Ella hacia mil cosas, vendía tejidos, manteles bordados a mano, arreglos florales, etc. Tenía un vivero, y un sin fin de artesanías, era una artista maravillosa de lo cotidiano, gracias a lo que aprendió durante su convivencia con las monjas (no todo es malo en la vida). Sus hijos crecieron y su marido cayó en desgracia ya cerca de los treinta, (eran de la misma edad)

Entonces ella tuvo que hacerse cargo del hogar y además de él. El cual por jugar tanto con fuego terminó quemándose para siempre en la hoguera de la autodestrucción. Ella educaba a sus hijos, les mantenía, les alimentaba, estaba pendiente de sus deberes en el colegio, de la casa e incluso de su violento galán que a pesar de su caída, no abandonaba el monopolio de la infamia y la violencia. Cuando ella reunió el valor para dejarlo, cuando a pulso y con mucho sufrimiento pudo estar lista para vivir sola…¡ya estaba sola!, sus hijos ya no vivían con ella, se habían ido a estudiar fuera y a buscarse la vida lejos de un sufrimiento tan constante.

Y entonces ella en lugar de dejarlo que se muriera como un perro, de cobrar venganza por todos sus sufrimientos teniéndolo ya a su merced… ¿sabe qué hizo? ¡Tuvo pena por él, compasión, sintió lástima de él!, incluso en la peor de las tragedias. Él nunca logró que nadie lo pudiera amar en este mundo, no se ganó ni siquiera el cariño de sus hijos, ella pensó que si no cuidaba de él ahora que no valía nada ¿quién lo iba hacer? Si, él sólo le había hecho daño mientras tuvo fuerzas, pero hay algo que a las mujeres les sale con mucha naturalidad, y que a los hombres se les suele atragantar o simplemente no pueden exteriorizar, y es la piedad…

Ella sigue cuidando lo que queda de él, ella tiene hoy 56 años, y está sentada en la barra de un bar, bebiendo una copa y hablando lo que le queda de vida que será su única juventud, su única libertad. En cambio él ya tiene suficiente, tiene el peor de los castigos, haber pasado por una vida y no lograr ganarse el amor de nadie, la soledad, el silencio y el vació en su corazón será la tortura que lo acompañará hasta el último día que permanezca en este mundo.

Ella no siente rencor ni guarda dolor en su corazón, Mayanin asegura que no sirve de nada, pues está segura que a generaciones anteriores como la de ella y la de nuestras madres, y miles que estuvieron atrás, les correspondió ser mártires sin pedirlo. Ella espera que sus hijas y nietas recojan los frutos. Eso justificaría su vida.

-Ya vamos a cerrar el bar- dijo el mesonero a la Mayanín, pidiéndole que se marchara pero ella respondió –Espéreme tantito “papito”, permita que este señor me encienda el cigarro sin el temor de apagarlo a aprisa.

Lo siento doña Mayanín... pero ahí no hay nadie, lleva usted más de una hora hablando sola, será mejor que se vaya para su casa… -¿le pido un taxi?… -Ay hijo mío, qué poco sabe usted de la vida, cada uno ve lo que quiere ver.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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