martes, 11 de octubre de 2011

Amor sin exclusividad

Por supuesto. A Martha en ocasión de su cumpleaños
Por Carlos Morán
No sé si ya se dio cuenta, pero cada día nos vamos alejando sin remedio de lo que amamos, de lo que forjó nuestro carácter y manera de sentir, en la medida en que nuestra inocencia se hace mayor el tiempo va pasando y en ese tránsito un desfile incesante de personas van dejando huella en nuestras vidas. Algunas para bien, otras no tanto pero a la larga de todos aprendemos y esa suma nos concede nuestra identidad. Algunas pasan de forma efímera y superficial y otras (muy pocas) permanecen imborrables a prueba de olvidos aunque ese recuerdo a menudo se vaya llenando de telarañas y polvo opacado por el vértigo de una vida adulta, realizada y comprometida..., al menos en teoría.
Sin embargo al madurar, de repente como por arte de magia desaparecen de nuestras prioridades, aunque muchas veces esas personas sigan conservando hacia nosotros la misma lealtad, inteligencia o cariño que nos atrajo de ellas cuando solíamos caminar a su lado por la vida. Nuestra separación radical aparte de ser desconcertante es inexplicable. 

Y es que con el paso de los años un día de repente despertamos ausentes, agobiados por el peso de la rutina. Enredados entre una maraña de obligaciones, de forma extraña con el tiempo milimétricamente cronometrado para “ser libres por fin”... Entonces una mañana cualquiera en un repentino delirio de nostalgia agachada encontramos los ecos que retumban preguntando: ¿qué fue de todos esos mundos ajenos pero al mismo tiempo tan cercanos? Personificados quizás en Martha, Pedro, Juan, Julín... o quien quiera que nos haya acompañado de forma natural fresca y sincera por muchos años con el simple regalo de una maravillosa y desinteresada amistad. Gente que amamos, que nos dio lo mejor que tenía en ese momento. Que solían convivir paralelos a nuestra ilusión y a los que ahora sólo accedemos de forma demasiado esporádica y fugaz; muy de vez en cuando como si estuviéramos obligados a ser una especie de amantes malditos o furtivos. Siempre disculpándonos por la lejanía, el silencio... o la falta de tiempo para mirarnos a los ojos o escucharnos la voz -aunque sea por teléfono-

Cuando te enamoras de alguien, el mundo que importa se ve que se reduce tan sólo al tiempo en el que estamos trabajando. Y lo poco que queda y le podemos robar al sueño y los compromisos lo pasamos echados en cuerpo y alma con el feliz objeto de nuestros deseos. Es decir, con nuestra novia o pareja, que con frecuencia suele suplantar y reemplazar por completo casi todo nuestro universo conocido hasta ese momento. No es tan malo pero puede ser fatal.

Lo único cierto ya sea en uno u otro caso, es que un día te descubres que has reducido por voluntad propia toda esa red emocional, todo ese mundo de humanos que antes cuando estabas solo solía hacerte parecer la vida un seductor ejercicio de aprendizaje, de interacción de intenciones y personalidades distintas que se entrecruzaban. De fuerzas que afines te retro alimentaban a menudo impregnándote de lo mejor que cada uno de esos extraños -tan íntimos- dejaban tras los frecuentes ratos compartidos. Siempre tenías algún voluntario elegido o auto invitada que caía en el instante justo, directo en tus peores momentos para ser la sartén imparcial de tus miserias o alegrías.

Aparecía de repente y la vida se hacía más ligera, más llevadera al poderte descargar de tus penas, sin especular ni guardar precauciones para no herir a nadie que espere demasiado de ti. Podías compartir tus miedos y dudas, calmar tus nervios desahogándote sin necesidad de demostrar una fuerza e acierto que quizás pocas veces tienes. No tenías necesidad de ocultar esas pequeñas mentiras sin importancia que te hacen sufrir y no te conviene compartir ante el café del desayuno conyugal cada mañana. No tenías la obligación de vencer ni mucho menos de tener la razón. Eras vergonzosa, espontánea y escuetamente auténtico. Esas amigas y amigos adorables aparecían tan sólo con levantar el teléfono, ¡a veces ni era necesario!

Te vas quedando solo: del trabajo a la casa, de la casa al trabajo y por muy estupendo y maravilloso que seas a veces tu pareja se cansa de ti... ¡de tanto verte! O ellas mismas se tornan predecibles o insensibles por tan asfixiantes y dependientes formas de amar en las que solemos caer. No lo puedes ocultar aunque intentes engañarte. Quisieras seguir cultivando y afianzando lo que estás construyendo, pero no haber renunciado nunca de manera tan radical a lo que tenías antes de volverte un hombre serio o mujer igual y empezar a madurar. Te empiezas a disculpar cada vez más por “nunca tener tiempo” para hablar con tu viejo amigo, tu recordada ex novia o ex amante que en verdad admirabas como ser humano aunque nunca más hubo intimidad erótica entre los dos.

Cada vez visitas menos a tu viejo, añorado y gratamente influyente profesor o a tú madre que permanece lejana marchitándose mientras empieza a hacer las sumas y restas que su papel estelar -ahora secundario- le ha dejado en este mundo.

Cada vez tienes menos tiempo para tomar un café con esa mujer que no es tu mujer, pero que bien lo podía haber sido simplemente porque te hacía sentir a gusto con apenas escucharla hablar sin prisas de cualquier cosa sin importancia. Ahora cuando la llamas no entiendes por qué te sientes culpable tan sólo de ser natural y coherente con lo que siempre has sido. Aunque no pretendas nada malo, temes que su pareja se pueda enojar por no comprender un lazo tan fuerte e inocente; o que sea la tuya la que no entienda que tú le quieras también de una manera diferente, especial. Dejamos de hablar con gente que sabía escucharnos, que lo hacían con el interés y devoción con el que sólo escuchan las personas para las que somos realmente importantes.

Cada vez te avergüenzas más por “no tener tiempo” ni modo, ni hueco ni ocasión para disfrutar de esas deliciosas polémicas y charlas existencialistas, o frívolas al lado de tu viejo colega que nunca maduró, (según tú, claro) Pero que aún así te da lecciones de humildad y vida que nunca aparecen en los libros ni puedes comprar con tu tarjeta de crédito. Cada vez te vas dando cuenta que los correos que contestas a la gente que más has querido siempre -al margen de tu pareja- y que hoy has sacado de tú universo (aunque sigan brillando con infaltable brillo en noches despejadas) ¡son más escuetos, más fríos! Son escritos con sentimiento de culpa y de prisa. Como quien sabe que le está negando sin motivo un poco de dicha gratuita a alguien que en verdad merece la pena. Eso cuando contestas... porque a veces lo vas dejando por pudor para mañana, y ese mañana se va quedando en el limbo…

Cuando tienes la mala suerte de pelearte con tu pareja, tu nuevo amor o con quien quiera que ocupe tu vida hoy en día, es cuando recuerdas que has descuidado a muchas personas que en verdad te hacían feliz con muy poco, ¡simplemente por estar allí! Alimentaban tú espíritu y a las que sin duda le debes mucho aunque a menudo tengas tan mala memoria.

Hasta el más grandioso y cálido de los amores se puede congelar, se puede endurecer si permitimos que desaparezca le gente que con sus historias mínimas compartidas ha ayudado a construir el sello de nuestro carácter y personalidad. Si la gente que nos ha consolado, acariciado, escuchado y compartido su mundo en algún tiempo, y que ha significado mucho para nosotros dejan de repente un día de aparecer porque poco a poco le hemos cerrado la puerta por seguir en un destino inexorable, en una vida unidimensional, si ha sido así, entonces no podemos quejarnos si un día a pesar de no tener motivos aparentes para sentirnos desgraciados, la dicha no aparece por ninguna parte y notamos un profundo vacío y carencia de sentido en nuestras vidas.

No hay peor amor que el que te exige exclusividad emocional, omnipresencia o te hace pensar que si no te entregas totalmente lo vas a perder. Uno nunca debería dejar de frecuentar a sus amigos o personas que ha amado y con las que se mantiene una mutua y bonita relación de profunda admiración y amistad. Uno nunca debería cargar todo el peso de su estabilidad emocional y la pasión de sus más verdaderos sentimientos a una sola carta. Es demasiada responsabilidad para la otra persona y demasiado riesgo para nosotros.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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