jueves, 24 de enero de 2013

Una historia erótica

Por. Carlos Morán

Una amiga sexagenaria me asegura que las parejas que no siguen jugando juntas, que dejan de reírse juntos, que no inventan una dimensión íntima, un universo lúdico paralelo compartido están condenadas a consumirse en el tedio trascendental de la resignación. Condenados a morir de “adultez rutinaria precoz” celebrando cuarenta y tantos años de matrimonio” como muchos que vemos a diario pasar por la banqueta de enfrente…

No sé porque pero esto me invita a considerar que conforme a la moral cristiana imperante, la tradición y las buenas costumbres, no tengo porque no ofrecerles este relato mágico apto para todos los públicos, que penetra en el sentido de la sexualidad, asunto que como todos sabemos y somos coherentes con la piadosa nación en que vivimos, queda únicamente restringido para el ámbito de la pareja dentro del matrimonio, sin otra finalidad que la reproductiva. Trataré de hacerlo en un lenguaje que se aleje de la vulgaridad y con el cual la sensibilidad de gran parte de nuestra conservadora e intachable sociedad no se vea violentada o herida en su susceptibilidad:

Digamos que era una noche de bodas, la ceremonia, la fiesta, el banquete habían terminado. La dulce Gissel y el pobre de Alfredo se encontraban a solas sentados en la cama de la habitación del hotel dispuestos a empezar por fin su primera noche de pasión con la bendición del señor, la autorización de sus familias tras cinco difíciles años de espera.

Gissel tenía 28 años, era abogada, y trabajaba en el próspero negocio familiar que dirigía su padre. Poseía una belleza racial impresionante, morena, esbelta, una estatura ligeramente por encima de la media, un pelo lacio negro y divino, y una voluptuosidad que sólo su pésimo y recatado gusto para vestir lograba disimular. Había estado un centenar de veces al borde de sucumbir ante la fogosidad de las caricias de su también torpe e inexperto novio Alfredo, pero habían vencido la tentación, y nunca pasaron de frotamientos, manoseada de mamas, uno que otro apéndice de la mano derecha de Alfredo (normalmente el índice o el dedo del corazón) dentro del húmedo aparato reproductor de la ansiosa pero reprimida Gissel, besos, muchos besos de tornillo y poco más. Ah bueno, sí, la posterior confesión ante el cura de la parroquia del barrio.

Alfredo: Su nombre profético no era casual, su padre de profundas raíces conquistadoras vaticinó que su hijo al igual que él mismo, su abuelo y casi todos los hombres de la familia sería doctor. Y en efecto, con esa sutil presión Alfredo terminó trabajando en un hospital que albergaba a todos los médicos felices e infelices de la familia, especializado en radiología. Hacia sus primeros pinitos en la política (ya saben, los de la mayoría) Tenia 29 años, era alto desgarbado algo miope pero bastante atractivo. Al igual que Gissel era muy poco audaz al vestir, con eso y su timidez por lo general demostraba más años de los que tenía, era un buen muchacho aunque algo torpe y retraído por la histeria de la madre.

Los dos se miraron de forma nerviosa, con esa introversión y timidez mutua que los caracterizaba ¿y ahora quién daría el primer paso? De repente Gissel se acercó y posó de forma delicada sus carnosos y sensuales labios en la delgada sonrisa tímida de Alfredo Abud. Se recostaron un poco en la cama y la larga cola del vestido se enredaba por todas partes. Entonces en un acto trasgresor y muy audaz para el sumiso papel que de una mujer decente se espera, Gissel decidió pedirle a su recién esposo que le bajara el cierre del vestido que cruzaba su espalda semidesnuda y en menos de 20 segundos se había liberado de los casi cinco metros de suave tela que componía su elegante ajuar.

Alfredo miraba extasiado incapaz de creer cuánta dicha veían sus miopes ojos sin gafas. Ante él su sagrada esposa yacía indefensa con un liguero beige de ataque, que unía los perfectos muslos con una tanguita mínima del mismo color, y un precioso sostén que amenazaba con dejar salir la mitad de las redondas y firmes bubis que tenía como generoso regalo de la naturaleza la inocente Gissel Eugenia Sabah.

Gissel había sido muy reprimida por su piadosa y casi fanática madre, por su abuela, por las monjas del exclusivo colegio donde estudió, por sus hermanos mayores y tres cuartos de lo mismo por su sobre protector padre. Pero como toda mujer moderna, con estudios superiores, manejaba el internet de forma perfecta desde que estaba en el colegio, con lo cual se había metido entre pecho y espalda en la soledad de su cuarto o en la oficina, por lo menos media hora diaria de imágenes pornográficas, videos, eyaculaciones faciales, números lésbicos, dobles penetraciones y demás didáctico material para jovencitas y jovencitos sin muchas oportunidades eróticas como consecuencia de sus rígidos principios morales. Imágenes que como todos sabemos están hoy en día al alcance de cualquiera en forma de videos, y en el pasado, antes de internet, estaban en forma de sueños, represiones, fantasías y fijaciones que normalmente –si no se aliviaban de alguna manera- conducían a problemas muy serios en la edad madura.

De repente sucedió algo inesperado: Gissel se abalanzó ante el indeciso Alfredo que un poco atarantado por el Alcohol que había bebido en la fiesta, estaba ya doblando cuidadosamente su esmoquin encima de la mesita auxiliar. 

Gissel lo abordó, se colgó de sus hombros y empezó a restregar su humanidad contra el espigado, pero aun así sexy cuerpo de Alfredo, que en ese momento tenía por único vestido su bóxer de marca punto blanco hecho en Colombia, sus calcetines Yves Saint Laurent y sus negros zapatos relucientes de Salvatore. En un abrir y cerrar de ojos ya lo tenía en la cama extendido cuan largo era, y se dirigió muy coqueta hacia los genitales de un turbado e incrédulo Alfredo. 

Gissel, con la carta blanca para no manchar su moral, con la bendición que le había dado el señor cura sumido en un caso de pedofilia aún sin resolver (y amigo personal de su padre) retiró la ropa interior de su marido con violencia, y encontró un asustado y casi extraviado -entre la maraña de vellos- aparato reproductor masculino de su amado. Ella sabía que ese no era el aspecto ni el tamaño que hubiese querido encontrar, pero había visto en “Guarras.com 100% gratis” que eso se podía mejorar con una ardorosa felación. 

Acercó sus voluptuosos labios y abrió tímidamente su boca para permitir que el glande de su marido invadiera su cavidad bucal. Y con cadenciosos y oscilantes movimientos de succión comprobó que los cuerpos cavernosos de su cónyuge se empezaban a inundar de fluido sanguíneo. De vez en cuando se detenía, y con la mano derecha le acariciaba la bolsa escrotal o le deslizaba cariñosamente la lengua por la zonas de las ingles e incluso por en las inmediaciones perineales y parte exterior de las nalgas. Alfredo, con cara de imbécil en trance no daba crédito a lo que estaba pasando, y con risita nerviosa sólo atinaba a decir: ¡ay gordita para, para… que me dan cosquillas!

¿Voy bien o estoy muy fuerte?, sí le parece demasiado atrevido puede dar un click o saltarse la página y ya, en caso de que persista el temor que su alma navegue por el purgatorio unos días mientras llega el domingo, se confiesa con el señor cura y éste le aplica alguna penitencia tras colocarle la sagrada ostia en su pecadora boca. No es solo por usted, ya que también padezco de una familia conservadora que a veces se persigna con lo que escribo.

Obviamente Gissel no se detenía, había visto en un trozo de la película “Garganta profunda” que la mejor forma de poner en condiciones a un hombre tímido era sometiéndolo a una profunda auscultación de su propia faringe con el trozo ya altivo de humanidad que le brindaba ahora sí, su idolatrado Alfredo Abud.

De repente, en un acto heroico para el placer que estaba recibiendo, Alfredo se incorpora frenética y preparado para lo que se viniera encima... Le termino de quitar la ropa interior casi a mordiscos a Gissel, le deslizó suavemente sus grandes manos por los pechos y se detuvo a hacer circulitos en las rosadas aureolas, y muy en especial por los endurecidos pezones tal y como lo había escuchado decir a sus compañeros del Colegio Cumbres del santísimo Marcial Maciel. Y luego comenzó a besarle de forma muy húmeda el cuello, por detrás de las orejas, muy cerca de las axilas, y a darle pequeños mordisquitos en la espalda, en los glúteos a su amada que presa del frenesí no se dio cuenta que la cadenita de oro con el cristo y los dos dijes de la virgen que le había regalado su padre el día de su primera comunión se acababa de reventar y perder entre las ondulaciones de las sábanas blancas.

Alfredo acercó sus besos y su boca al aparato reproductor femenino de su amada. Las rebeldes marañitas de vello del monte de Venus le hacían cosquillas en sus mejillas, pero continúo tal y como había podido ver que se hacía en las películas porno que pasan por el canal de cable los sábados por la noche, y que como todos sabemos ningún creyente recto ve jamás. Y es que Alfredo, gracias a los cuidados de su porfirista madre que dominaba toda la casa vigiló que éste llegara purísimo y casto al lecho de bodas. Una escena que nunca se había visto jamás en pareja alguna que traspasara los quince de edad.

Primero se detuvo ante los pliegues de piel entre rosada y púrpura, y muy suaves que protegían la entrada de la vagina de su mujer. Posó su lengua sobre cada una de las terminaciones nerviosas, abrió cuidadosamente los labios y le prodigó besos muy tiernos en ellos. Luego mordisquea, inspecciona con su sentido del gusto extendido en forma de flecha, y finalmente hace un insólito descubrimiento: es una especie de botoncito en forma de campanita diminuta que se esconde caprichosamente entre los recovecos de la intimidad de Gissel, y cuando por error se detiene ahí, ahí encima, la castísima novia empieza a perder la cordura, estalla en una serie de gemidos y súplicas absolutamente inéditos en su recatado carácter. Así permanece un puñado de minutos, atacando ese punto que no aparece en las revistas porno, ni se le da importancia en los libros de biología, pero que se ve que todas las mujeres tienen, o al menos con Gissel le resultó muy efectivo acariciar, ya que no había experiencia y se encontraba caracterizando al mismísimo Adán en el paraíso, porque no fue la manzana el pecado ¿ya lo sabía verdad?, porque nuestro Supremo Padre deseaba en el fondo conocer qué tan pura había sido su creación para convencerse de una vez que esa cosita perdería siempre al macho y al revés… 

Pocos minutos después Gissel se encuentra en cuatro extremidades sobre la cama. Con la cadera levantada, con la cabeza agachada entre sus brazos la cara muy roja invadida por su precioso pelo, y gotas de sudor en la frente. Y Alfredo, no sin antes echarle a una mirada de aprobación a un cuadro del sagrado corazón de Jesús que reposa en la cabecera del cuarto de hotel de cinco estrellas, decide cometer la asignatura pendiente, sacudiéndose la cabeza para despojarse de la mirada de su madre que parecía tenerla enfrente frunciéndole la cara.

Y entonces sin mayor preámbulo introduce los tejidos cartilaginosos, la hinchada consecuencia que sus manoseos han producido en su aparto reproductor masculino, que en ese momento padece una erección de 82 grados (casi para partir panela) y amenaza con partir lo que se le ponga delante. Lo introduce en el aparato reproductor femenino de su mujer, y ésta pega un gemido mixto con dolor tan fuerte que minutos después llaman de la recepción para ver si sucedía algo raro. Pero no, lo raro era que Gissel empezó a decir tal cantidad de palabras de grueso calibre parecidos a los guiones del Márquez de Sade, blasfemar y pedir más, y nombrar a Dios no propiamente en términos piadosos que el pobre de Alfredo, que nunca había hablado del tema con su delicado y amanerado padre, que llegó a dudar si le estaba gustando o estaba sufriendo una crisis de arrepentimiento o remordimiento.

Tras casi media hora de sudoroso forcejeo, donde las palabras más castas que se escucharon fueron: perra, mujer de vida fácil con cascos ligeros e hijo de señora de mala reputación, y un misterioso…no pares, no pares...que cuando Gissel ya había hecho cuatro señales de convulsión con un curioso concierto de quejidos que subían, alcanzaban su cúspide y volvían a bajar, el ingenuo y torpe Alfredo que aún no lograba desocupar sus conductos seminales, ni evacuar sus espermatozoides dentro del interior de la vagina de su piadosa mujer, le preguntó a Gissel ¿estás cansada gordita, te duele? Y ella sin decir ni pío, y de forma desesperada le dice al vivo estilo de Justine: no vayas a parar hijo de tu putísima y recabrona madre o te mato, y más bien lo que hizo fue sacar el apéndice de su marido del sitio donde estaba y ella misma introducírselo en una cavidad vecina que normalmente sirve para evacuar los residuos que desecha el intestino grueso, terminando dicha maniobra con un profundo grito de dolor mezclado con lujurioso placer y satisfacción. Yo creo que la Eva del Paraíso fue más atrevida que la naturaleza de la modelo de nuestra historia que es digna de ocupar el papel de la recién extinta Silvia Kristell. 

Siete horas después, 4 cópulas más tarde, 17 posiciones audaces que reinventaros, 7 cunnilingus mutuos, tres felaciones, una lluvia dorada en la ducha y un desayuno cargado más tarde, retozaban desnudos y felices sobre las sábanas, no sin antes, como lo hace una pareja de evangélicos, rezar un credo y tres padres nuestros por los alimentos que se disponían a comer, y también rogar porque los espermatozoides de Alfredo no hubiesen alcanzado a fecundar algún óvulo de Gissel, porque como es apenas obvio, no pensaban planificar con ningún método artificial, aunque a ninguno de los dos le gustaban los niños. La cadenita y los dijes no aparecieron jamás.

Y la pobre Gissel, así como su reputísima y encabronada madre nunca sabrán que Alfredo había estado ya con cinco prostitutas en su adolescencia, un par de muchachas de servicio de su casa, con 7 compañeras de universidad, y tres del trabajo; con dos primas libanesas en vacaciones de enero en el pueblo e incluso con un seminarista hermafrodita muy atractivo con el que le iba muy bien a los catorce años antes de terminar la secundaria e irse a Irlanda. La Irlanda delos Legionarios, a donde muchos van con una misión pero se encuentran con otra realidad, sobre todo en habitaciones con puros varones, todos con deseos, todos pasándose los pecados por la prepotente juventud y regresando maduros pero no en temas precisamente religiosos o académicos… 

Esta historia me la comparte un amigo, que fue compañero de estudios de Alfredo en el Colegio Cumbres, así que para finalizar coronó diciendo -Respecto a Gissel, bueno Gissel era es una chica magnífica es la mejor prepago que he tenido en toda mi vida en este distinguido y discreto club- Trabajó a escondidas de sus padres y sus amigos desde los veinte años hasta los veintisiete. Tenía una doble vida, era la que mejores clientes levantaba, y la que más caro cobraba. No necesitaba el dinero, es de familia muy acomodada, “decía que lo hacía para combatir su represión”, por simple placer. Hace un año renunció, dijo que le era imposible seguir, que se iba a casar y que quería tomarse eso con mucha seriedad. Pues una cosa es la vida íntima, y otra cosa es la moral que uno tenga que demostrar, y que ella quería ser fiel a su crianza y casarse como Dios manda, ser una mujer buena. Después nos enteramos que un cirujano plástico reconstruyó borrando de un plumazo todas las huellas de placer y vestigios de una juventud azarosa, volviéndola a dejar como una señorita de once años, tal y como acostumbran hoy en día muchas… bueno, mejor acabemos. 

Hace poco el amigo que me contó lo de hoy me dijo que se la encontró por casualidad en Fábricas de Francia, estaba con su marido, y con tres parejas más, se estaban divirtiendo de lo lindo. Se saludaron, y me contó que saldrían todos la semana siguiente para la Selva Lacandona a un retiro espiritual. Se veían felices.

Creo que ya se terminó la historia. Solo le recomiendo que cualquier semejanza o sentimiento que le haya despertado, es pura coincidencia. No es un pasaje fresco. En el 2008 tuve el guión en mis manos y tardé mucho tiempo en prepararla hasta conseguir lo de hoy. Salud y larga vida.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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