miércoles, 14 de enero de 2015

CARREREANDO LA CHULETA


NOS ROBARON LAS BUENAS COSTUMBRES

Por Ronay González

Quien no ha sufrido al menos un atraco debería sentirse afortunado, fuimos educados en la desconfianza y no es para menos, lo malo es que lejos de cambiar esta realidad se la estamos transmitiendo a las siguientes generaciones.

¿Un lápiz qué daño hace a la seguridad nacional? Yo diría que mucho, así se empieza. Fui testigo de un comentario realmente espantoso. En días pasados en una escuela un niño tenía en su poder una considerable cantidad de lápices, todos a medio usar ¿qué hacía un niño con tantos lápices?

Resulta que el angelito se los quitaba a sus compañeros. El profesor recriminó a este niño de escasos 7 años, el chamaco rompe en llanto y no deja de llorar hasta que su mamá llegó, para sorpresa de todos, la mamá comenzó a alegar que su hijo había sido golpeado, “no sé qué le hicieron a mi criatura” gritaba.

Le explicaron que el maestro le dijo al niño que tenía que devolver los lápices, algunos de los cuales aún tenían el nombre de sus compañeros. La mamá alegaba ahora que su niño no podía ser el causante de semejante acción, que eran de su criatura y que así lo dejaran, es más, que la acción de hacer llorar a su pequeño tendría consecuencias en los medios de comunicación y que pondría una denuncia ante las más altas autoridades educativas porque su hijo estaba siendo víctima de bullying.

Además de lápices tenía también colores de otros niños, aunque lo que más intrigado tenía al profesor es que había algunos a los que los nombres se los habían borrado con acetona o pelados ¿fue el niño? ¿Alguien más le enseñó a hacerlo?

El asunto no pasó a mayores, afortunadamente el niño dejó de agarrar lo que no era suyo, se lo traían en marca personal y cuando algo faltaba ya sabían por dónde empezar a buscar. La mamá no contó nada a nadie porque sabía que la razón no le asistía.

Cada colonia tiene su ratero local, el que se lleva la ropa limpia que logra pescar, el shampoo cuando se te olvida en la ventana del baño, el que si te ve salir de vacaciones se lleva todo lo que pueda, incluyendo el cilindro de gas, la bicicleta, las tapas de los tinacos, los tubos de cobre. En mi caso claro que conozco al ratero local, Abraham se llama, por cierto creo que ya se fue de Tapachula.

Una ocasión le pregunté el para qué robaba, me dijo que no tenía pa’ trago. –Y por qué no pides un trabajo de rapidín, así sacas para tu trago-. La repuesta fue escalofriante: “es que no me gusta trabajar”. Es hijo de un hogar disfuncional y su mamá siempre le dio permiso de ir a donde quisiera sin enterarse de con quién; cuando se le quiso prohibir fue demasiado tarde.

Comenzaron a desaparecer cosas. En una ocasión el muy cínico me ofreció unos tenis, ya usados claro pero en buen estado, que le diera para una burula me dijo. Traía además pedazos de cadenas de oro, aretes sin par. Poco tiempo después me enteré de que le dieron un balazo en una pierna, andaba cojeando, le siguieron múltiples arrestos y como ya lo conocían supongo que se cansó.

Vemos entonces como con escuela y sin escuela, estamos haciendo bandidos, nosotros mismos ponemos el ejemplo, nos robamos la luz, si se puede el cambio, nos escondemos en la combi para no pagar el pasaje (en una ocasión, allá por la Xochimilco, un sujeto no sólo no pagó su pasaje, además de robó mi cambio antes de bajarse y se fue), buscamos cómo evadir los retenes.

Será la educación, la falta de, quise decir, o la costumbre. Recuerdo que en una ocasión la
filósofa de Xochiltepec me dio dos coscorrones que me resetearon las ideas, ya domadito
me preguntó de dónde había sacado dinero. Le contesté con la verdad, que mi madrina se había puesto hermosa y me regaló 100 pesos, que en aquel tiempo eran una fortuna. En el acto me llevó con la madrina y hasta que la escuchó me creyó. La enseñanza no acabó ahí, me dejó muy en claro que tenía que decirle todo lo que pasaba y que nunca le recibiera cosas, menos dinero, a desconocidos, que no agarrara lo que no era mío y que lo ajeno se respetaba.

No saben las que pasé un par de ocasiones en que me conecte a la luz de manera clandestina, o cuando me “reinstalé” el agua porque me la cortaron. No pude dormir, veía el coscorrón acercarse a mí, gigante, los regaños de la filosofa retumbaban en mi cabeza. Al siguiente día llegué casi llorando a pagar la luz y el agua, le hable al superintendente para disculparme por mi acción, quien como era de esperarse soltó una sonora carcajada.

He devuelto carteras con dinero, la injusticia me molesta por eso trato de no ser yo injusto y el destino es amable conmigo porque las veces que he necesitado de algo no me lo niegan, he sido recompensado con excelentes amigos que no me dejan solo, cosa que agradezco.

Les cuento esto porque me llamó mucho la atención un pequeño ejercicio para formar ciudadanos honestos: deje monedas tiradas en el baño, cocina o sala, rastréelas, dese cuenta qué pasas con ellas, quién las toma. Empecemos desde nuestra casa a formar buenos ciudadanos para hacerle frente a ese gran pelotón de gente que cree que si se
encuentra algo automáticamente es de ellos y no de alguien más.

Es increíble la cantidad de cosas que se roban diario, la papelería desaparecida en las
empresas, de robo hormiga en los supermercados, se llevan el cableado del alumbrado público, y lo peor, todos los días corremos el riesgo de que nos asalten y no la contemos.

Cambiando de chuleta, Ese Jaime de Suchiate anda más que loco, como necesita llamar la atención se trae una compradera de cartulinas y anda convoca y convoca a marchas contra lo que se pueda, porque necesita, dice él, a sus finas amistades, mismas a las que les pagará lo que le presten una vez que llegue a la presidencia porque entonces se acabarán sus problemas económicos.

No pos qué lindo, ojalá las ganas sea lo único que le quede, la plebe de Suchiate le conoce bien el pedigree y las mañas, creo que es de los que les robaba los lápices a sus compañeros.

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