viernes, 11 de noviembre de 2011

Deprisa, a toda máquina…

Carlos Morán 

El pasado viernes Pepe Toriello Elorza, protestó como presidente de la Fundación Colosio, no pude estar presente debido a que la invitación no me llegó y, aunque me habían participado informalmente me quedé en espera de la confirmación. La presencia de Pepe Toriello en esta fundación a mi juicio solo tiene una lectura. Es el próximo candidato a la presidencia de Tapachula (candidato no presidente). Y mi juicio no está alejado de la realidad, ya que cercanos a él lo aseguran. Así que a la lista de aspirantes a la alcaldía de Tapachula, hoy se suma un hombre, y no un chamaco más como muchos que al calor de las copas están riñendo por la silla china para el 2013. Pero de política tengo prohibido escribir así que avoco a lo de siempre. 

Casi todas las historias comienzan así -Me gustas: nos acostamos, te conozco, nos separamos, nos odiamos-. Quizás he exagerado un poco en la síntesis, pero es la historia de un amor promedio cualquiera en la era del mareo, la vida pasa apresurada, las emociones suceden a un ritmo súper sónico, demencial, y hacemos hasta lo imposible por no dejar que decaiga el nivel de euforia. La simple posibilidad de quietud, de encontrarnos a solas nos aterra. Queremos el amor, queremos el equilibrio, queremos la dicha, la perfección, el placer total, una vida infalible, sin contratiempos y con las arcas repletas de dinero. ¡Y la queremos ya!, sin demoras, sin espera y sin que implique mayor esfuerzo. Con indiferencia de que la mayoría de las veces, nosotros mismos aún no estemos preparados para responsabilidades tan altas, y haya tanto que curar en nuestro interior antes, para poder ofrecer después, al menos, algo de valor a los demás debemos de poseer.
Pero este mareo no es sólo exclusividad de las relaciones sentimentales, es un reflejo de la época en que vivimos; “ la sociedad moderna líquida es aquélla en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se fortalezcan en unos hábitos y en unas rutinas determinadas” . En la vida cotidiana es algo así como: yo me compro una computadora que es la última maravilla de la informática por veinte mil pesos, y tres años después se descompone, y el técnico me dice que en lugar de arreglarlo me sale más barato comprar otro, porque en 36 meses ya han salido 7 versiones diferentes de la misma marca, más modernas, con mejores prestaciones y que mi equipo, con todo respeto, ya está “descontinuado” no tiene acceso a las últimas aplicaciones de moda. Para colmo ya no se consiguen fácilmente conectores ni baterías de repuesto para el modelo que tengo, supongo que por ser ya muy “antiguo” (…)


Lo mismo sucede con los carros, te van cambiando el modelo cada año, le incluyen más accesorios, le cambian las aletas, los retrovisores, los faros, y en menos de cinco años ya han sacado la versión nueva del mismo modelo, que no se parece en absoluto al carro que uno tiene, y que con sólo un tiempecito, ya ha perdido casi todo su valor comercial. Todo esto para obligarnos a “actualizarnos” y no perder el “tren de la modernidad”. Mire su ropero; con blusas costosísimas, zapatos y camisas bonitas, en su momento (hace dos años) y de buena calidad, colgadas en el último rincón, ropa que siempre hacemos a un lado cuando nos vamos a vestir porque: el estampado, los cuadros, las rayas o “X” material ya está “fuera de moda”: 24 meses después, ya no se usa. Diez posturas, cinco lavadas… y al último rincón del ropero. O lo que es lo mismo casi 1800 pesos tirados a la basura por una camisa intacta muerta en vida. La sociedad devoradora de cosas endiosa el desperdicio, el exceso y la pequeñez.

Así mismo nos van cambiando los íconos, los modelos a seguir, las tendencias artísticas con una velocidad espacial. La moda, los gustos, las tendencias, la estética, las novedades arquitectónicas, literarias etcétera, cambian a un ritmo y de manera imposible de seguir, asumir, y reemplazar para la inmensa mayoría de las personas que habitan este mundo, que aún así, dejan la vida intentándolo. El hambre consumista que hemos desarrollado no tiene límites.

De forma extraña, antes que acercarnos a la felicidad, esta dinámica furiosa lo único que consigue es causar más estrés, depresión y decepción al comprobar que nunca es suficiente, nunca alcanzamos a estar realmente “inn”; que cuando ya creemos lograrlo, nos cambian las reglas, nos cambian los patrones, y la industria de la felicidad de apariencia, nos escupe su último catálogo con mil modelos más nuevos y sofisticados, mismos que pasan a ocupar el lugar de objetivos de lo que ya tenemos, que obviamente ya se habrá convertido en “out”

Me viene bastante oportuna esta reflexión de Paul Valery: “ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento de fruto”. Entonces todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿La mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?”… Me temo que de momento se nos ha salido de las manos. Si es que alguna vez lo hemos tenido controlado.

Es evidente que sumidos en esta turbulencia de sensaciones, de estímulos que nos bombardean por todos lados y de los cuales (muy a nuestro pesar) no podemos abstraernos del todo, estamos metidos hasta el cuello en la “mierda” de obligaciones que el poder en la sombra (las multinacionales modernas) nos cuelan por todas las rendijas. Si queremos un trabajo decente, tenemos que entrar en el juego de aparentar, llevar el “disfraz” que exijan en nuestra oficina, o compañía: “ser dóciles”, mantener “un nivel” aunque nos sintamos repugnantes de hacerlo, de ser y vivir así.

Sin embargo salvo que seamos futbolistas de élite, artistas consagrados, políticos corruptos o narcotraficantes, que pueden vivir eternamente sin trabajar un solo día más de su vida con lo que ya tienen; la “gente normal” tiene que laborar en oficios y profesiones para las que ha estudiado y se ha preparado, (o en cualquier sitio donde le paguen un sueldo digno aunque no sea su profesión) y casi siempre, haciendo de tripas corazón, termina entrando en “el sistema” aunque haya sido rebelde contra el aparato consumista y privilegiado en su época estudiantil, y se tape la nariz cuando contempla lo que tiene que hacer para ganarse el pan.

Y es que con esta revolución modernista la moral también ya sufrió mermas. Hoy ya no importa tanto ser personas admiradas por nuestro arte, oficio, cualidades o virtudes: queremos tener dinero y ser famosos a cualquier precio, y a la mayor brevedad. Entendiéndose por “famoso” alguien que es conocido por ser una persona muy conocida, sin más, con indiferencia del valor que tenga como ser humano, y aunque esa “fama” sea producto de una estafa, de una venta o revelación de intimidades eróticas ante un despecho por una ex amante que lo abandonó, o simplemente por haber salido en una revista de lectores de aparente pedigree.

Del mismo modo, habrá que mirar nuestras relaciones con los demás, con más calma, recordar que el amor no es un sentimiento lineal cuya cotización en bolsa suba de forma gradual y a la par con nuestra preparación intelectual, profesional o el dinero o éxito que creamos tener. El amor verdadero no tiene época para llegar, no avisa, y no tiene por qué aparecer necesariamente en la primera parte de la vida. Hay que ir despacio, probando disfrutando, e intentando conocernos antes de depositar todos nuestros ahorros emocionales en alguien. Hay que aprender a disfrutar de la incertidumbre, hay que volver a valorar el esfuerzo y la paciencia como virtudes, antes que como asquerosos impedimentos que nos impiden disfrutar de un goce radical en constante celo; hay que desligarnos en nuestra vida íntima de la orgía de presión inmediata y destructiva que nos asalta por todos lados.

Este mundo nos lleva al límite, nos lleva a toda máquina recalentada, y el mareo, la exagerada velocidad no nos permite ver el paisaje, las sombras se transforman, y la vida se va llenando de lagunas, de evasiones, de espacios sin habitar, de frustraciones enquistadas, maquilladas en medio de una aparente vida “feliz”. Hay que ser muy estrecho de miras (o tener muchos intereses económicos en juego) para no considerar que el modelo que traemos, ha fracasado, y que debemos emprender un nuevo camino donde las cosas, los afectos, y las personas que nos importan duren más.

¿Estaría usted dispuesto a trabajar menos, vivir más, y hacerlo con la mitad de lo que gana, con la mitad de las cosas que tiene? No me responda, se lo dejo de tarea para dentro de un mes que vuelva a escribir, y disculpe que no lo haga como siempre, pero estoy colaborando en un proyecto al que con gusto me entregué como rehén y no debo contaminarme con temas externos. 

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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