viernes, 13 de agosto de 2010

El suicidio mexicano

Por Carlos Morán


El martes ofrecí una comida para un par de amigos que cumplieron años y como en todas las fiestas, reuniones y comidas, la casa terminó de cabeza. Al día siguiente abrí mi correo con un mensaje que decía entre otras cosas: “Agradece, el desorden que tienes que limpiar después de una fiesta, porque significa que estuviste rodeado de amigos”. Y así es, uno debe agradecer en la vida esto y muchas cosas más que no nos merecemos.

En la cultura de los guerreros samuráis de Japón, el harakiri era el ritual con el que se quitaban la vida para morir de una manera honrosa. Aunque el harakiri no fue una práctica exclusiva de esos varones de la guerra, tradicionalmente se asocia con ellos y la muerte gloriosa, para quienes transitamos en un mundo que se rige por valores y principios de la buena moral (porque también hay valores y principios de “otra” moral).

A diferencia de Japón, en nuestro país solemos utilizar esta palabra para señalar a quienes se auto condenan o se hacen un daño al realizar ciertas acciones o prácticas.

Mucho de lo que sucede y tenemos actualmente en México parece arrastrarnos a cometer harakiri con el futuro de nuestra sociedad, sobre todo porque como individuos vemos las injusticias que se cometen a diario sin que participemos, al menos que haya un beneficio personal.

Me refiero no sólo a la inseguridad, la violencia y prostitución que hoy alcanzan dimensiones que no imaginábamos o a la corrupción que como cáncer se reparte en nuestra vida política y económica quebrantando nuestro Estado de derecho.

Sino que también me refiero a esas injusticias diarias como la que le sucedió al niño Daniel López Bezares, un estudiante de 2do Año del Colegio Mano Amiga, quien al no tener cubierta la colegiatura de 100 pesos correspondiente al mes de mayo, la dirección de esta santa escuela ordenó que al niño se le retirara de la clase por no estar al corriente en sus pagos. Así que sí esto sigue ocurriendo en donde se supone existe caridad y comprensión por los que menos tienen, que nos espera a los mortales comunes y corrientes. La única ventaja es que no estamos en manos de la Orden de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y de esta cadena de escuelas misericordiosas, pero esta historia completa se la contaré la otra semana.

También me refiero a la pobreza y la desigualdad sobre las que tanto se ha escrito y que percibimos como un fenómeno natural, sin cobrar conciencia de la deuda ética que suponen ni de los riesgos sociales que implica su crecimiento y extensión, sobre todo cuando se juegan millones de pesos en campañas políticas y otros deportes que sirven de “mejoral” al pueblo para que no sienta cómo se va desangrando…

En naciones como Suecia, Noruega o Canadá, desde hace décadas, impera una política de Estado y una visión social que promueven la igualdad de oportunidades y parten de la premisa de que una sociedad desarrollada, y con altos índices de igualdad, es capaz de asegurar un crecimiento económico y un desarrollo sostenibles. Claro que en esos países los maestros son de verdad y no la mayor parte de barbajanes que en México luchan por una plaza comprada hasta por ochenta mil pesos.

En ellas también prevalece un Estado de derecho que funciona como un cemento que enlaza a la sociedad y le permite vivir con altos niveles de certidumbre y confianza en sus instituciones.

En México nos gusta jugar peligrosamente al harakiri. Si en cualquier parte del mundo la educación es la llave maestra para derrumbar el atraso y la desigualdad, y para garantizar el desarrollo, parece que nos hemos resignado a darle la espalda al problema del atraso educativo que nos aqueja.

¿Acaso pensamos que un sistema en el que los estudiantes del nivel básico reprueban de forma sistemática los exámenes de razonamiento matemático, escritural y comprensivo, y cuyos docentes no acreditan los exámenes para poder enseñar puede considerarse un factor de desarrollo económico y social?

Claro que no, sobre todo porque el gobierno a la par, ha implementado un sistema sencillo para que ningún niño ni joven mexicano repruebe, lo importante es que el joven vaya avanzando, no importa que no aprenda nada pero que siga adelante hasta llegar a la facultad de donde egresa sin creerlo. Y así, cuando toda esa tribu de profesionistas descubre que simplemente transitaron por aulas en donde todo se les facilitó, terminan suicidándose al pulular por la calle como seres que nunca fueron a la escuela porque poco o nada aprendieron…

No voy ahondar en este asunto por razones obvias, pues conocemos el deterioro de la educación básica pública, así como privada en el país y la negligencia o incapacidad de las autoridades para solucionar este problema añejo. El problema de la educación no es un problema, sino un sistema para que el pueblo no aprenda, no se instruya y tampoco se cultive porque si esto fuera al revés… ¿Sabe usted qué pasaría?

Por esa razón y otros llamados de conciencia que usted ya entiende tras el escándalo de pederastia y fornicación, Marcial Maciel y su Legión, fundó a la par de sus millonarios colegios, esas escuelitas para dar instrucción a niños con un futuro incierto, porque la legión no perdía de vista que un hogar con formación cristiana y buena educación, al menos daría al país buenas familias que estén menos expuestas a la corrupción y prostitución que a diario vemos

Lo mismo sucede con el sobrepeso y la obesidad infantil que tanto han dado de qué hablar recientemente. Los dos son una bomba de tiempo que, de no revertirse, tendrá un altísimo costo en el futuro inmediato, tanto en lo relativo a los recursos que deberá destinar el sistema de salud para atender las enfermedades vinculadas con la obesidad, como en la calidad de vida de la población.

En ambos casos, intereses poderosos impiden realizar los cambios que pueden revertir estas tendencias y sus resultados. Un sabio dijo hace varios años en una entrevista periodística que, “el problema de la India, se resolvía con una guerra…” Y los poderosos a quienes no conviene esta reforma para que los niños dejen de comer tantas fritangas y basura, tienen metidas las manos en el asunto, así que el problema de sobrepeso y la obesidad infantil, dará como resultado una población que no vivirá muchos años, pero que al gobierno mucho le costará.

En la educación, todos sabemos que el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, SNTE, es el principal obstáculo para alcanzar la modernización del sistema educativo y depurar las mafiosas filas docentes, hoy enlodadas por el clientelismo y las prácticas corporativas que avalan, por ejemplo, sin considerar mérito o aptitud vocacional alguna, las plazas se hereden como dádivas familiares.

En cuanto al sobrepeso infantil, pese a que hay conciencia clara sobre los grandes riesgos que conlleva el incremento de este problema, la presión de las empresas productoras de bebidas y alimentos "chatarra" revirtió la decisión de eliminar su venta en las escuelas, imponiendo sus intereses particulares en un asunto de seguridad pública y sustento social. En este caso, gobierno, empresarios y sindicatos son cómplices de esa vergonzosa medida, pero no se puede decir muy fuerte ni escribir muy claro.

Claro que con una prensa bien alimentada que se rige por becas generosas en donde el escribano le sirve al gobernante a cuerpo entero, nada podemos hacer, pero cuando el periodista no recibe el generoso chayo, este es capaz, fiel a su moral y formación perversa, de escupir al cielo, aunque después le caiga en la cara. Porque bien es cierto que el pueblo aunque sea ignorante, ya no nos cree todo lo que cotidianamente comunicamos; creen en algunos casos que, todos somos de la misma formación…

En lo inmediato a los problemas que hoy nos sacuden perdemos el horizonte de lo que es importante estratégicamente hablando. Preferimos dejarnos arrastrar por la inercia de un ritual de harakiri que de ninguna forma nos conducirá a un final glorioso, sino a una severa crisis social, en donde sin valores ni principios, muchos ya no veremos el final de lo que aceleradamente se convierte en un Sodoma y Gomorra.

Para comentarios escríbeme a
morancarlos.escobar@gmail.com

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