viernes, 27 de julio de 2012

El infierno femenino


Por Carlos Morán
Espero que nadie se vaya a ofender, al menos que después de digerir lo de hoy, comprenda que ha sido descubierta y que tiene esa “virtud”, no por espíritu de servicio, sino para esconder sus penas, la desgracia de vivir un formato trillado y social que se impuso porque nunca se atrevió, y porque no decirlo, porque su conducta no es propia, sino heredada de una tradición y sofocada por una regla social que la convierte no en sumisa, sino en indigna. La regla no falla; las hijas de madres torturadas, aceptan los golpes con resignación, las hijas que comparten al padre con otra familia, tienden a repetir inconscientemente el mismo roll y quienes logran pulirse una moral distinta, suelen casarse con el hombre que quieren sin mirar antes ni el bolsillo y mucho menos el apellido.

Sí este es su caso, es porque usted llegó a un mundo en revolución. Usted arrastra los coletazos de las malas mañas en la absurda forma con la que criaban a unas “criaturas débiles” abnegadas y sumisas al servicio del hombre, para ser “la gran mujer detrás de cada gran hombre”, para ser “la princesa” de la casa y nunca la reina. Pero en una misma generación y sin ponerle anestesia ha tenido que reivindicar de manera muy justa y necesaria sus derechos, su igualdad.
Hoy en día naufraga de manera confusa en terreno de nadie. No sabe si se le fue la mano, no sabe dónde está el término medio, le queda la satisfacción de saber que a pasos lentos pero seguros se están consiguiendo muchas cosas, pero que esas cosas las están alejando cada día más y probablemente los que disfruten de su esfuerzo, sean otras generaciones de futuras mujeres menos condicionadas para sufrir, y más para vivir con independencia y disfrutar de la vida.

Algunas mujeres se extraviaron y creyeron que la “igualdad” era aprender y reproducir los peores vicios, infamias y repugnantes conductas que siempre se les ha criticado a los hombres, y ese tampoco era el camino. Usted en las noches, en soledad siente vergüenza por la poca coherencia que hay entre ese espíritu fuerte y ahogado que reclama ante el público, un lugar que en verdad merece la niña frágil, insegura y asustadiza que se desnuda en la soledad de su cuarto.

Usted se queja y pone en su sitio con mucho coraje y de manera pública a los estúpidos hombres machistas, a sus viles privilegios patriarcales etc. Y cuando en la intimidad ve cómo se doblega y se comporta con el suyo “con su hombre” de manera sumisa y vergonzosa, las concesiones que hace, las humillaciones que soporta por mantenerlo contento, la infinita paciencia que le tiene ante sus reacciones injustas y carácter acomodaticio y recostado donde usted lleva el peso del hogar, los hijos y soporta sus continuas deslealtades en la relación… que tiene que tragarse su llanto, tiene que aceptar que algo no encaja. O en el mejor de los casos, sin darse cuenta, sigue los pasos de su progenitora, quien con su vivo ejemplo le enseñó a ser débil y aceptar que “quien monta manda”.

No hay otro camino más que volver a ser la misma mujer como las otras y buscar un escape, asociarse, reunirse y entregarse de pechito a un grupo en donde en vez de llorar, fingirá que prefiere reunirse con otras del mismo dolor para disimular que es infeliz y que ante tanta felicidad falsa y el temor de ahogarse de dicha, prefiere sumarse a un grupo de “damitas” para luchar por los niños pobres, las mujeres en estado vulnerable, ayudar a otras que tal vez carecen de lo que usted posee en abundancia sobre el cuerpo, pero que sino son felices, al menos son libres porque no tienen que cargar con el peso de llevar el apellido de un hombre que no solo le es infiel, sino que no la quiere…

Es así como muchas aprenden el tradicional y típico estilo de vida que, sin conciencia lo van traspasando a futuras generaciones en un degenere en donde existe la igualdad: mujeres que son libres para copular, fumar, beber y estudiar pero que en la vida cotidiana, buscan casarse con el buen partido, sin importar que ese partido las doblegue, margine y las convierta en lo que públicamente son, mujeres que se espantan por “otras”, cuando el infierno propio es peor.

Adoptar un estilo común en vez de revelarse, es lo más simple, no por falta de valor, sino porque la sumisión y la abnegación se ha seguido teniendo como una virtud femenina, y quien posea esto, tiene un extraordinario pase de abordar que le dará derecho a un lugar en la sociedad: Hacer lo contrario, implicaría la crítica y el desprecio por parte de las “otras” que ya están acostumbradas o que han aprendido un patrón en donde no se debe exigir, porque fueron educadas para estar sometidas y vivir bajo la sombra de un apellido masculino que las vuelve fuertes en su hábitat popular.

Quien se atreva a despertar de esta vergonzosa vida, coloca siempre en la balanza la casa, la ropa, los lujos, la comida, el apellido, “el qué dirán” y cuando sigue sumando descubre qué es lo que se merece y qué tiene de más, así que lo más sencillo para aplacar sus angustias es buscar una válvula de escape, enfocar su dolor y convertirlo en penitencia que se vuelve en “servir” a quienes menos tienen, a los huerfanitos, los niños de la calle, a las mujeres que son “pobres” y no como ella que aparentemente “tiene todo”.

Recuerdo siempre a don Lalo, un señor simpático que cuando le preguntaban en dónde estaba su esposa, él te respondía jocosamente “-en el grupo infame-”. Sí, su esposa era viciosa de la oración y de leer la Biblia, quien se congregaba en un grupo no precisamente infame, no sé si por tanta felicidad o para expiar sus pecadillos o para no ver la desgracia en la que estaba sumida… No es nada personal, ni mucho menos en contra del grupo pero cuando una mujer caritativa se pone a dar consejos o a hacer altruismo o se aplica en demasiado a la oración en vez de la actuación, te invita a la reflexión, porque algo no embona bien. 

Fue así como hace unos días una señora que también se congrega en otro grupo de damas caritativas, hizo un gesto despectivo al titular de uno de mis escritos. Por supuesto que no esperaba un gesto distinto, yo no escribo para el goce o deleite de las damas moralinas y mojigatas, al contrario, pero entendí que al ser la típica mujer casada que sirve de tapete al esposo y que éste la exhibe solo cuando se requiere de “la esposa sumisa, abnegada y sometida”, no podía hacer otra cosa más que un gesto despectivo o, indiferente, que era lo mejor, sino que debía de asumir una actitud puritana ante el tema, como suele suceder siempre con las esposas indignas, ya que por esa razón, ella tiene que congregarse en el grupo para que el dolor sea llevadero. Como las señoras de la tanda, cada tanda tiene un sello que las identifica, y que son todas de la misma moral y el mismo dolor.

Al rosario podemos irle sumando cuentas incluso de quienes se atreven a tomar un micrófono en una radiodifusora y regalar “consejos”, recomendaciones que siempre, invariablemente siembra la duda en muchos porque cuando alguien se atreve a dar consejos como si fuese una muestra, el ejemplo propio debe ser el mejor estandarte, porque sino es así, descubrimos que disimular, maquillar y tolerar, son las verdaderas virtudes que se siguen cultivando en un mundo en donde la mujer actual lucha por un espacio propio y libre.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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