miércoles, 23 de febrero de 2011

Receta para conquistar

Por Carlos Morán
Hace poco desmenuzaba en una reunión ante un grupo de personas en donde estaban 3 mujeres jóvenes además de varios hombres, la famosa palabra “afrodisiaco”. Nadie se asombró cuando dije que eso, los afrodisiacos, no existen.

Por decirlo más simple, todo está en nuestra mente y aquello que deseamos o preparamos con determinada “intención”, se convierte en afrodisiaco. Sé que este es un tema que muchas mujeres moralinas, mojigatas e infelices, nunca les ha gustado, así que, si por desgracia usted está en este grupo, sáltese la hoja y evítese un coraje tan temprano.

Una mujer que ha sido mi modelo a seguir porque me ha demostrado siempre cómo se consigue convertir “algo” en afrodisiaco, me ha autorizado compartirle un pasaje de su vida real porque desea que todas las mujeres sean tan felices como ella.

La historia comienza así: Un día conoció a un hombre, un hombre al que por supuesto no podría dejar ir vivo y, sino lo hacía suyo para siempre, al menos deseaba tener algo con él porqué jamás podría vivir tranquila sabiendo que no probó lo que sus ojos miraron con tanto deseo.
La historia es larga y le anticipo que no se trata de una mujer promiscua, sino de una mujer que no tiene a quién rendirle cuentas y que tampoco se la va a pasar toda la vida rezando o espantándose por lo que hacen las demás, así que, atrevida como es, decidió invitarlo un día a cenar a su casa en donde, por supuesto, vivía sola gracias a ser una mujer independiente.

No eligió camarones como lo hubiese hecho cualquier persona que cree que son afrodisiacos, sino que decidió sacar del congelador un par de filetes de res de buen tamaño, claro está. Sazonó los filetes con ajo, pimienta, sal y agregó tantita salsa de ostión y mientras me contaba cómo preparaba el par de filetes, me detalló cómo sobó los trozos de carne imaginándose que era una parte del cuerpo del hombre de sus deseos, lo que tenía sobre la tabla. Finalmente los metió de nuevo a la nevera y se puso a deshojar una lechuga orejona.

Preparó también con mucho entusiasmo, muy contenta y emocionada una ensalada a la que le agregó delicados cortes de zanahoria, pepino silvestre en rodajas finas, estoicas rebanas de cebolla y al final, partió una pera en trozo y revolvió todo depositándolo en un lugar fresco; hizo también el aderezo con aceite de oliva, sal, limón y unas hojas de hierba buena molida.

Arregló el pequeño comedor redondo con el mejor mantel que tenía preparado para una ocasión especial, improvisó con flores de su pequeño jardín un arreglo que selló con una enorme vela roja, que supongo le había servido de decoración en navidad, prendió unas varas de incienso en sitios estratégicos, puso música romántica y se lanzó a la regadera para preparar su cuerpo. Eran las 8 de la noche y el invitado llegaría a las 9, pero ella desde la tarde, ya había comenzado a sentir mariposas en el estomago, como anticipación a lo que vendría más tarde.

Se enfundó un vestido de algodón casual; se recogió el cabello con una cinta formando una cola, se untó agua de colonia por todo el cuerpo y se lanzó a la cocina para tener todo listo a la hora que llegara el hombre a conquistar.

A las 9 llegó y cuando el hombre ingresó a la casa, aspiró la delicada fragancia del hogar, admiró la luz tenue por las mascadas de seda sobre las lámparas y la mesa bellamente decorada para la ocasión que, sintió desfallecer de emoción. Algo le entró por la espina dorsal que le dieron ganas de llorar, según supo ella meses después.

En el fondo, se supone que el hombre se sintió halagado, importante porque todo aquello había sido arreglado por él, y cuando la mujer decidió poner los filetes sobre una plancha de hierro y lo invitó a pasar a la mesa tras haber bebido una botella de vino tinto, ella pudo percibir que la voluntad del hombre estaba en sus manos.

Cenaron bajo la luz de las velas un delicioso filete de res que, según expresó “nunca había probado” y ella le pidió que descorchara la segunda botella de vino tinto. El por supuesto que alabó sus virtudes culinarias y hasta le tomó la mano delicadamente sobre la mesa para decirle que “nunca había conocido a alguien como ella”

Lo demás es simple de contarlo, esa noche ella se moría por conducirlo al lecho pero tuvo que confiar en que el hombre volvería y, como la historia es real y no un cuento, el muchacho volvió como gatito domesticado la noche siguiente. Y así, al estilo de “Sherezade las mil y una noches”, hasta el día de hoy, son un par de extraordinarios amantes; ella le sirve solo a él y él a cambio, la ama solo a ella, la llena de regalos pero ¿qué cree?, está prohibido entre ellos mencionar la palabra “matrimonio”, pues ambos están seguros que si se casan, el encanto se romperá y se convertirá, ese paraíso que juntos han conquistado, en una relación de obligación y monotonía.

Eso es “Afrodisiaco”, conseguir algo que uno desea tras una intención bien definida, aplicarle todo el amor y deseo a lo que hacemos en honor de la persona amada, para que ésta a su vez, caiga sin voluntad a los pies y uno se convierta en el dueño de su vida.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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