martes, 11 de enero de 2011

El peso de los “Pérez”

Por Carlos Morán / Zona Libre
Nadie entiende o encuentra una explicación convincente, del porqué algunas personas y en muchos casos hasta familias enteras, les da vergüenza portar o tener el apellido “Pérez” o, ser hijos de un Pérez cualquiera. Alguien se refería a este tema como un caso que tiene qué ver con la cultura del o las personas, otros aseguran que se debe a falta de amor propio y por lógica, al no descender de una familia en donde les infundieran valores, sino que les cultivaron la frivolidad y el esnobismo (entiéndase como aire en la cabeza o vivir superfluamente), los convirtieron en “aviadores”, pero en grueso, es por una serie de complejos y traumas al provenir de una casta en donde “el Pérez”, carece de dinero y posición otorgando solo vergüenza.

Parece simple pero es un tema común que a diario vemos. Me ha tocado conocer a personas que incluso se dicen ser escritores, o sea, personas medianamente cultas pero que se presentan con el apellido materno porque éste al menos no es tan “popular” y, anteponer el apellido materno, para muchos los arranca del status “naco” en que creen estar y les da un fuerte alivio para no aparecer ante sus amistades “espaciales” o con aire en el cerebro, como una persona con ausencia de linaje y categoría, por supuesto.

El ejemplo debe ser tan similar como el caso de aquellas familias (o madres, menor dicho) en donde en vez de cultivar valores en sus hijas, les pulen la belleza, sensualidad y las grandes ambiciones para que al llegar a la edad de merecer, alojen sus intenciones en hombres que, sino son ejemplares y tampoco son honestos, que al menos posean lo que muchas creen da la felicidad: El status y el dinero, claro está, sin saber que la felicidad mora en nuestro interior.

Pero esos casos en donde la mujer busca posición y no se fija en el amor, no son precisamente estos hogares los que a la larga se vengan abajo, al contrario, éstos son los que se sostienen con mayor fuerza porque es más grande el orgullo que la dignidad de la mujer, de ahí que luego vemos casos en donde las mismas amigas sin censura alguna, ventilan que a fulanita de tal el marido le da una vida de perro, solo que ante la sociedad es “la doña” y en la oscurana de su casa llora su suerte.

La realidad del amor como de apellidarse Pérez, tiene qué ver con el nivel social en el que nos encontremos y nos desarrollemos, es lógico que cuando una familia está ausente de valores y viven fincando castillos en el aire o en espera de un príncipe, el apellido “Pérez” no sobra, al contrario, genera en su miserable existencia una pena garrafal porque el apellido Pérez, no hace juego ni con sus sueños y muchos menos con lo que aspira o cree ser ¡Qué pena! En verdad con mucha compasión.

Cuando la mujer se enamora su mundo se convierte en fantástico, a partir de ese impacto en donde el corazón vive acelerado y las mariposas se sienten en el estomago, ya nada puede ser igual. Ahora esa inocente mujer se convierte en policía, celador y esclava del tiempo, solo está en espera de la hora de la cita o del momento en que el hombre le envíe a través del teléfono unas palabras que la mantenga más sumida en ese estado; es así que el panorama de la mujer se limita y no tiene más visión que pensar en ese caballero que es el dueño de sus días, horas y vida.

Se ilusiona, sueña y vive un estado que parece irreal; nada existe, ningún placer, incluyendo el sexual, es mejor que estar enamorada, me dice una lectora, quien está convencida de que la mujer a partir de ese momento se convierte en una pieza que el hombre puede mover a su antojo.

Los días y las noches en el país de los enamorados transforma todo. Así, cuando el hombre habla de planes, solo por hablar, ella de inmediato se pone el vestido de novia, tiene el ramo en las manos, puede ver despedidas y hasta escucha el llanto de los niños en el hogar, la casa, la luna de miel y toda una vida juntos… Pero todo se convierte después en pesadilla.

Pero la ilusión y el sueño solo es grandioso para la mujer, para el hombre es un paso más en donde se casa con la mujer de “su vida”, la que supuestamente le dará los hijos para que su paso por este mundo al menos haya dejado descendencia, pero solo es eso y nada más.

Después el mundo sigue su curso y poco a poco, o a veces de golpe, la mujer descubre que toda aquella ilusión, romance, aquella vida prometida en donde un trozo del paraíso estaría en el hogar, termina por esfumarse con el tiempo cuando descubre que ahora en vez de amor tiene responsabilidad y a veces un apellido o estado que pesa.

Más tarde se convierte en madre y con este capítulo se transforma en una esclava de los hijos, la responsable de cuidarlos y formarlos, por supuesto. El hombre en cambio, con el pretexto de ser él quien provea todo para que la casa marche bien o a medias, sigue con sus vicios y adicciones de soltero, o sea, se confirma que la mujer se casa, y el hombre sigue siendo tan soltero como siempre.

Dentro del romántico matrimonio es la mujer quien luchará siempre por salvar el hogar, ella es quien deberá contar con prudencia, tolerancia y estomago para soportar las veces que se tenga que quedar en casa encerrada porque los niños la necesitan, mientras que el consorte puede hacer una vida social como cuando era soltero, o en su caso, salir de viaje sin problema alguno.

Así, cuando el hombre está de viaje y la mujer en casa, la mujer todavía tiene que tolerar los llamados rojos que la gente común y vulgar emite –--Sí sigues dejando que tu marido viaje solo, lo vas a perder ¡te lo va a volar otra!- O sea, es la mujer la que siempre pierde, porque el hombre nunca se imagina, es más, nadie le dice lo mismo o que, si se atonta y deja tanto tiempo sola a su pareja, va a perder a su esposa ¡No!., él sabe que ella está segura.

Y así… Por razones inexplicables es la mujer la que siempre pierde, es la mujer quien debe de cuidar la honra del hombre a un precio que ella misma paga el resto de sus días. Una lectora se casó hace tres años y dos meses después, todo aquel paraíso fincado en el noviazgo se fue derrumbando poco a poco hasta descubrir que casarse no había sido lo mejor que le había sucedido.

Hoy, casada y con dos hijos ha descubierto que no solo se convirtió en la esposa de un Pérez cualquiera, sino que tuvo que abandonar todos sus sueños, planes y trazos que habían hecho juntos para convertirse en la madre, nodriza, maestra y cuidadora de un par de niños mientras su esposo sigue creciendo profesional y humanamente….

Ella me dice que después de cuidar a un par de niños, que por cierto, son su vida y felicidad; administrar el hogar y estar presta para cuando el marido llega, sobrio, borracho o como sea que, todavía tiene que vivir con el suspenso que, como su esposo viaja solo y ella no puede acompañarlo por los hijos, como premio a su sacrificio todavía “lo va a perder”.

Mi lectora ha decidido ponerle fin a su angustia de saber que lo perderá un día, así que ha decidido pedirle el divorcio porque antes de ser esposa, madre y administradora de una casa, como mujer y profesionista que es, desea realizarse. Va a contratar a una mujer para que le cuide al par de niños y ella se irá a competir con otras mujeres y otros hombres, solo que en un terreno en donde no importa que seas Pérez, porque el valor de la mujer radica precisamente en su esencia misma y no en cuántos hijos puede dar o cuanta variedad conoce para saltear un filete en las brazas.

Ser Pérez, a mucha gente le pesa, le duele y no sabe qué hacer, tanto que darían todo en la vida por no haber nacido con ese apellido y viven infelices, por supuesto, soñando que la cigüeña se equivocó de hogar porque sus sueños e ilusiones están en el país de nunca jamás. Antes de escribir lo de hoy, entrevisté a varios Pérez y ninguno demostró estar en el caso que hoy expongo porque para ellos el apellido es lo de menos y que el valor de la persona no está en el apellido, claro está.


Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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