sábado, 22 de enero de 2011

Un caldo con historia

Por Carlos Morán / Zona Libre
Sí los priístas, políticos o ex funcionarios de la ciudad que ya probaron las mieles del poder y del generoso dinero, se siguen peleando como perros y gatos, deberán de olvidarse que uno “salido” de ese partido sea quien gobierne a Tapachula para el 2013, porque entonces surtirá efecto aquella ley que dice “Divide y vencerás”, y vencerá la oposición. Es solo un humilde comentario.

No se me olvida que comencé en este oficio escribiendo artículo de cocina, siempre aderezados con toques de erotismo o historias que se fueron agregando en el camino hasta que la fusión se hizo popular. Hoy, recordando esos tiempos voy a narrarle una historieta que un día inventé y que nunca publiqué no sé porqué.

Hace muchos años, en el Istmo de Tehuantepec, nació una niña muy poco agraciada, y es que sus padres, sin mezcla extranjera alguna, habían nacido el uno para el otro, por lo que no podían haber traído al mundo a una mujer distinta. Esta niña tenía todos los defectos estéticos que usted se puedan imaginar, y conforme crecía se acentuaban estas características: una larga y aguileña nariz que se encontraba con una prominente y curvada barbilla: Flaca y desgarbada, coronaba su estrecha espalda con una extraña joroba, pelo oscuro renegrido, erizado, grueso e imposible de peinar, complementaba su extraña y horrible figura.

Como algunos niños son crueles, sobre todo cuando vienen de familias en donde la madre es irónica y burlona, se chasqueaban de la apariencia de la extraña criatura y le gritaban decenas de apodos e improperios.

Poco a poco, y conforme crecía, Zoila Flor, como se llamaba la niña, se fue separando de las maldades del mundo y silenciosamente se fue alejando de todo, hasta que un día decidió irse a vivir al campo, a un solitario paraje alejado de la ciudad para que nadie se burlara de su estrafalaria figura. Con el tiempo también aprendió a vivir en comunión consigo misma porque se fue quedando completamente sola. Los vecinos de la región conocían de su existencia, pero nadie del lugar se le acercaba ni le brindaban su amistad y por supuesto comenzaron a brotar miles de cuentos y chismes atribuyéndole toda clase de brujerías, por su apariencia y extraña forma de vivir.

Cuentan que en los días que Porfirio Díaz huía de los franceses, con él iba también un capitán llamado Aristeo López, un hombre de guerra que se separó de Díaz en busca de refugio. Estando en esa huída, pasó por la destartalada choza de Zoila Flor, y le dijo a uno de sus soldados de caballería que se bajara del caballo y pidiera en la solitaria morada, de la que salían tan sugestivos aromas, posada.

Cuando el soldado llamó a la puerta para pedir refugio para su señor, no pudo evitar un estremecimiento de temor al enfrentarse a esa horrible y tenebrosa mujer que tenía veinte años pero que aparentaba el doble, más lo fea.

Estaba dispuesto a regresar sin pronunciar palabra, pero lo detuvo la mano fuerte del Capitán Aristeo López, quien había bajado de su corcel y estaba junto al soldado diciendo: “-amable señorita, podría compartir con usted la comida que tan bien huele. Soy un hambriento guerrero que además busca refugio para evitar la muerte”. Y así, Zoila Flor hizo un torpe ademán indicando que podía pasar a la choza.

Aristeo López se sentó en una sencilla butaca de madera, mientras la mujer procedía a servirle una humeante taza de jugo de res y verduras. Desde el primer bocado comenzó una extraña transformación: el lugar se fue inundando de una suave y tibia claridad, mientras que los toscos utensilios y muebles se afinaban y cobraban diferentes tonalidades.

Pero lo que más impresionó al joven guerrero fue la transformación de la cocinera, quien protagonizó una rápida y cadenciosa metamorfosis hasta lucir como una joven de impresionante belleza, con una larga, reluciente y negra cabellera que enmarcaba una dulce cara con los ojos más hermosos y brillantes que se pueda usted imaginar.

Así, mientras degustaba aquel exquisito caldo de costilla, carne y verduras, el vestido de Zoila Flor se fue convirtiendo en una delgada túnica que trasparentaba un esbelto y voluptuoso cuerpo que encandiló al visitante hasta paralizarlo de admiración.

El hechizo fue instantáneo y completo, comprendió que había llegado a él la felicidad eterna y sabría que desde ese momento no debería separarse ni por un instante de tan celestial doncella y estaba dispuesto a renunciar a todo para compartir el resto de su vida con tan sensual belleza.

Quienes se refieren a la historia, nadie comprendió, nunca jamás, qué había pasado, y cómo un apuesto galán, un capitán de guerra, había renunciado a todas sus glorias y privilegios para quedarse escondido y vivir en una humilde choza, de un olvidado paraje, con la más fea de las mujeres.

Con el paso de los años la historia también se fue transformando hasta llegar a convencer. Fue así como una cocinera del lugar me explicó el sentido de esta romántica historia de amor: “-La buena sazón de las mujeres istmeñas, así como ese olor especial que resguarda bajo sus enaguas, conquista a cualquier ser de buena voluntad, con una magia muy sutil y tan poderosa que puede transformar la fealdad en la belleza absoluta-“

Desde entonces hasta nuestros días, casi todas las hábiles cocineras del Istmo lucen siempre como esculturales princesas ante los comensales de sus deliciosos guisados, o al menos ese el efecto que producen las garnachas y otros guisos. De ahí que: “No importa lo viejas y feas que puedan ser, las buenas cocineras lucirán siempre muy hermosas”.

Y de ahí se comenzó a realizar un estudio hasta comprobar que el amor entra no solo por la nariz, sino también por el estómago y desde entonces, muchos nos hemos dedicado a honrar a quienes cocinan, a pregonar los efectos y Sobre cómo la mágica belleza de la buena sazón conquista el corazón de los hombres y de todos los comensales.

La receta de hoy:

Ponga a cocinar un kilo y medio de costilla de res, gorda y con carne en suficiente agua (5 litros). Agregue solamente sal, media docena de pimientas gordas y tres dientes de ajo, solamente machucados.

Por separado, cocine 6 chiles guajillos, ase 3 jitomates y media cebolla. Coja todo, incluyendo el agua en donde hirvió los chiles guajillos, y muela en la licuadora.

Ingrese la molienda sin colar al perol en donde está cocinando la costilla y de sazón con extracto de pollo en polvo. Cuando la costilla esté bien cocinada, coja cuatro rebanadas generosas de piña fresca, corte en cuadros pequeños y agréguelo al caldo, selle con un par de hojas de laurel y agréguele sal sí le hace falta.

Este es un guiso especial que se sirve al medio día en las bodas en el Istmo de Tehuantepec, se acompaña con tortillas de mano, un chirmol y de preferencia, beberlo con prudencia.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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