miércoles, 6 de octubre de 2010

Solo para letrados

Por Carlos Morán / Poderes

Hace poco estuve en una velada en donde una dama elegante me dijo –¡Hay Carlitos, ojalá escribas bonito de mí!- Me sorprendió lo que la distinguida, culta y elegante dama me pidió, así que solo le respondí; en sociales usted ya sabe que son puros mameyazos y los temas de ahí tienen un velo de irrealidad que no hay necesidad de discutirlo y, por lo que a usted respecta, le dije en tono educado –Pórtese bien, haga lo mejor posible su trabajo y sea humilde- Sino hace nada de esto, lo único que tiene asegurado de mí es una total indiferencia a su persona.

Es importante, en caso de que a usted le guste llamar la atención de la prensa y ser el punto de atracción en reuniones o la plataforma que elija que, antes de aparecer, se mire en un espejo y haga una reflexión de su conducta, de su trato con la gente y cómo, verdaderamente es usted. Sé de varias personas honestas que están consientes de que su carácter e incluso aura (aquello que refleja el alma), está negada de carismas, cosa que no se puede pulir tan sencillamente y tampoco se obtiene comprando ropa nueva o volviéndose generosa a través de regalos espléndidos.

Es cierto que la gente no cambia. A menudo podemos aprender más, ganamos destreza, pericia. Podemos engordar o adelgazar a nuestro antojo. Quedarnos calvos, adoptar otra religión e ingresar a una secta en donde nos laven el cerebro y creamos entender el mundo por ese impacto psicológico que regalan los sectarios a cambio de un diezmo.

Podemos dominar un oficio, un arte, cultivar el intelecto, o en su defecto echar a perder lo poco bueno que tenemos. Pero la esencia, los rasgos del carácter que nos dan una identidad, el manejo de la psique y su respuestas ante los retos emocionales de la cotidianidad, son muy, muy difíciles de cambiar. Requieren tanto coraje y voluntad a largo plazo que la mayoría de las personas desiste, o ni siquiera lo intenta.

No sé si me explico pero por eso lo de hoy se llama “solo para letrados”. La gente confunde la intención con la voluntad. La intención son los buenos deseos que tenemos cuando somos conscientes (si es que lo somos, y lo aceptamos, que eso es lo jodido) que tenemos tendencia por ejemplo: a la mezquindad, envidia, la avaricia, la crueldad, la ira, los celos, la hostilidad, el narcisismo extremo y la vanidad bárbara, etc.

A menudo después de cometer tremendas injusticias con el pobre prójimo limitado como nosotros, por no poder dominar estas devastadoras emociones, entramos en una fase de vergüenza y arrepentimiento por no habernos podido controlar. Con suerte nuestra víctima, si es cercana, nos perdona. Luego nos olvidamos del tema sin enfrentarlo, y al poco tiempo todo vuelve a repetirse a la menor oportunidad. Como le sucedió a aquel niño del Colegio Mano Amiga, quien sus padres al no poder pagar la colegiatura del mes de mayo, fue groseramente retirado de la clase pública. Una acción desde luego que no extraña sabiendo que el fundador de esa orden fue un hombre que al final, descubrió su doble vida; una llena de vergüenza y la con aparente “espiritualidad”

Somos difíciles los seres humanos y hasta los religiosos y consagradas en muchas ocasiones actúan como animales comunes y corrientes.

En realidad podemos abandonar una adicción psíquica y física por muy complicada que sea como: El cigarrillo, el alcohol, la coca en polvo, ver telenovelas eróticas después de las 9 de la noche o escuchar los discos de Luis Miguel y Shakira etc., por difícil que sea, con una voluntad descomunal, con hechos y sacrificios dolorosos se puede lograr. Más nunca a punta de sólo buenas intenciones.

Pero cambiar la conducta, dejar de ser desconfiado por naturaleza, malévolo, perverso, irascible, avaro, hipersensible, celoso, mentiroso, tramposo y conflictivo, ya es otra cosa. Es muy complicado porque esos rasgos tan negativos y enraizados en el carácter jamás se evidencian de manera física. No generan una degradación inmediata y visible del cuerpo ya que se disfraza con una sotana o con el manto invisible de santurrona o consagrada y religiosa. Tomo el caso “santo” porque es el extremo en donde la conducta debería ser casi perfecta, pero no es así, no vaya usted a pensar que tengo algo personal contra algún moralino…

Por ejemplo ser mezquina y resentida no mancha los dientes ni produce celulitis. Ser celoso típico no produce cáncer de pulmón ni urticaria. Ser tramposo y mentiroso con la gente no produce llagas en la piel, ni impotencia sexual. No lo notamos de manera evidente, porque la descomposición se va generando por dentro. El deterioro de nuestras relaciones con los demás puede ser muy lento, gradual. Y durante ese tiempo siempre nos gusta pensar que son los demás los que se alejan de nosotros, y no nos comprenden, “y no nos aceptan como somos”.

Pero mantener conductas tan extremas sin controlar, a largo plazo pueden hacer a una persona insufrible, insoportable y perfectamente desgraciada. Por no hablar de los malos ratos que puede hacerle pasar a sus seres queridos, y la dificultad que le puede traer para crear relaciones equilibradas con su entorno.

La gente no cambia por obra y gracia del espíritu santo, ni por generación espontánea y mucho menos si ella dice ser “consagrada” o él ser “sacerdote”. Por que un día de repente, simplemente amanece sin ganas de ser celoso o violento, y su vida, y la de su pareja empieza a ser un camino de rosas. No lo esperen, que esos milagros no se dan. Es más probable cambiar nuestra percepción de la vida, y no esperar que los otros se amolden a nuestras necesidades. O simplemente perder las esperanzas y decidir que no nos interesa nada. Quizás con mucho esfuerzo uno mismo si puede llegar a atenuar o eliminar rasgos nefastos de su conducta. Sin embargo el ser humano suele preferir cambiar de amigos, de pareja, o llevarse fatal con sus hijos hermanos o padres…, antes que hacer el difícil esfuerzo de cambiar.

Hay personas, que tardan cinco, diez o veinte años para intentar cambiar las costumbres y conducta de su pareja. Durante ese tiempo la vida que hubiesen podido disfrutar de manera relajada se torna en una lucha espantosa de nunca acabar. Y luego cuando lo han conseguido, se quejan porque su marido o esposa ya no es la misma persona de la cual se enamoró.

Cuántos de nosotros no conocemos la típica pareja, (o nuestros mismos padres) que llevan más de 33 años casados y no se soportan. No se pueden ni ver, y todo lo que hace el otro les parece “el colmo”. Les fastidia. Aún así los une “algo” (que yo supongo que es un amor que nunca maduró) tan grande que no pueden evitar estar cerca, al menos para criticarse y hacerse la vida imposible. Pudiendo haber escogido cada uno cambiar su propia percepción del mundo para no sufrir, optaron por la confrontación y la intolerancia y fueron capaces de amargarse sus vidas, y de paso compartir esa desazón y miseria sentimental de manera “generosa” con sus hijos.

Quizás ella lleva quejándose toda una vida por que el tipo es mujeriego, poco detallista, neurótico, que le falta ambición, que es conformista etc. Puede ser cierto, o puede ser una exageración motivada por su frustración y falta de carácter para modificar su yo interno. Pero la retahíla es eterna, es la misma. Y él por ejemplo se queja del mal carácter de ella, que es una histérica, de la hipersensibilidad, la desconfianza, la frialdad,…los celos. O viceversa. Y de ahí no los saca nadie. Primero muertos que aceptar que el otro no es más culpable. De hecho, lo que se suele pensar es que el otro es el único culpable. Y las mismas escenas y quejas que le daban a uno en el 79, en el 86, en el 98, y en el 2010, se las siguen dando hoy. No cambian.

Pero porqué le cuento esto. Muy simple. Los seres humanos en muchas ocasiones y de manera espontánea porque nunca reflexionamos sobre nosotros mismos, nos empeñamos en afinar la vanidad, la aparente simpatía, el egocentrismo, la maldad, el despotismo, cinismo y todavía lo peor, aparecemos en público creyendo que nuestra “posición” o aparente linaje, nos salvará y nadie percibirá que el reflejo de nuestro interior, es el que mostramos, razón por lo que las cámaras, amigos y la gente que nos rodea, se hace a un lado o se marcha, justificando nuestra conducta seleccionando un grupo social a “nuestra altura”, para evitar ver la verdad de frente y al espejo.

Para comentarios escríbeme a morancarlos.escobar@gmail.com

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